Iceberg, los reyes del rock layetano, eran y son una de esas formaciones que forman parte de mi ADN musical. Max Sunyer (guitarra eléctrica), Josep Mas “Kitflus” (piano eléctrico y sintetizadores), Jordi Colomer (batería), Primitivo Sancho (bajo) y Ángel Riba (voz, saxo y guitarra), en la formación primigenia del grupo, conformaban una formación que hizo historia en aquellos años setenta del siglo veinte.
“Tutankhamon”, “Coses Nostres”, “Sentiments”, “Iceberg en Directe” y “Arc-En-Ciel” es la producción discográfica de un grupo que daría mucho que hablar y escuchar durante toda esa década.
Por aquí, en Badajoz, tuvimos la oportunidad de disfrutadlos un veinticuatro de junio de 1978, día grande de la Feria de San Juan de la ciudad.
El lugar elegido para su presentación, a las once de la noche, era el Auditorio Municipal Ricardo Carapeto Burgos y formaban parte de un doble programa que incluía previamente a la formación de Jaime Marques: embajador musical de la Bossa Nova en la España de aquellos momentos, tanto como integrante de la “Orquestra Orfeo Negro” como con una discografía que comienza en 1975 e incluye discos en solitario y múltiples colaboraciones.
Lo bueno de vivir junto a un parque (el que alberga el mencionado auditorio), además de los efectos positivos para la salud, es que te permite controlar cada uno de los movimientos que se producen en su interior.
¿Y cuál era el movimiento de aquel caluroso y sofocante veinticuatro de junio? Pues dicho queda: la actuación de los poderosos Iceberg y del brasileño Jaime Marques.
Por delante vaya que mí, nuestra, prioridad era escuchar y disfrutar del grupo catalán; pero con las orejas muy abiertas a lo que propusiera Jaime Marques. Conviene no olvidar que en aquellos años el jazz ya había llamado a nuestra puerta y que Jaime Marques proponía una estimulante fusión o colaboración con el mundo del jazz en las personas de Gatto Barbieri, Lionel Hampton, Pat Metheny, Thad Jones, Juan Carlos Calderón, Tete Montoliu o Pedro Iturralde.
Y claro, esa posición estratégica nos permitía no solamente asistir (pagando o no) al concierto oficial, sino a las pruebas de sonido previas al mismo. ¡Un chollo, vamos!
La prueba de sonido, la de Jaime Marques e Iceberg, había comenzado a una hora intempestiva (¡sobre las cinco de la tarde de un mes de junio en Badajoz!) y con ella el comienzo de nuestra estrategia de entrada al recinto. Bajo un calor asfixiante y una pasión de adolescente pirrado por la música, sufriría (¿sufriríamos?) una prueba gratificante en lo musical con un Jaime Marques y un Max Suñe tocando juntos y sacándose de la manga un Jam Session improvisada.
En 1978 el grupo había decidido embarcarse en la aventura de realizar un disco en directo, aprovechando más de cinco horas de material recogido en diversas actuaciones en febrero de 1978. Y esa, con otros temas del grupo, sería la base del concierto. Oh! Un Anec Sinfónic, Ones, Cançó Per Qualsevol Orquesta o Históries, serían los temas elegidos para sostener el esqueleto del concierto. Esos y los legendarios Preludi I Record, La Flamenca Eléctrica, Sentiments o A Sevilla.
Y llegó la hora del cierto, las once de la noche, y con ello la fiesta, los diálogos entre Suñe y “Kitflus” y, sobre todo, un recorrido mágico por el rock layetano; una manifestación musical que cuajaba en discos que respetaban al dedillo lo que se escuchaba fuera de España por aquel entonces. Estamos hablando de un rock progresivo próximo al jazz, en la línea de lo que producían la Mahavishnu Orchestra, Soft Machine o Miles Davis y todos sus discípulos, desde Herbie Hancock a Chick Corea.
El final, con Jaime Marques y, sobre todo, Iceberg resonando en nuestros oídos, daría paso a la fabulación y a un capítulo más de la construcción de mi larga historia junto al jazz.