Me gusta ir a Lisboa, patear sus calles y fascinarme con lo que veo y escucho. Es una ciudad anclada en el pasado, que se resiste a perder ese aire de ciudad amable y cosmopolita. Es una delicia recorrer la Avenida da Liberdade y adentrarte desde Plaza del Rossio en el corazón de la ciudad. El Chiado o la Alfama, son lugares para perderse, para deambular largas horas por sus calles y prendarse de lo que te ofrezca el momento.
Este fin de semana he vuelto, como tantas otras veces, a recorrer lugares fascinantes de esta ciudad. He buscado, sin éxito, a mi admirado saxofonista callejero; he palpado el pulso de la noche lisboeta; he fotografiado sus calles y gentes y me he sumergido en la impronta de una ciudad singular.
Por supuesto que no podía faltar una visita a su escaparate discográfico. En mi mochila han regresado al refugio discos de Franco Ambrosetti, Don Braden, The Cosmosamatics, Lars Moller o Conjure. Es un placer buscar en esos cajones y estanterías pequeñas joyas a un precio ya olvidado aquí en nuestra tierra.
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