domingo, 21 de enero de 2024

La sonrisa de Ignasi

Detrás de esa gloriosa sonrisa que exhibe sin ambages Ignasi Terraza se esconde una historia trágica pero también, a la vez, una apasionante aventura de superación interpretada por un chaval de poco más de nueve años.

En aquella España de los sesenta del siglo veinte, además del aderezo político de un régimen en decadencia, se utilizaban algunas arriesgadas prácticas médicas que fueron la causa de que nuestro protagonista perdiera la visión.

Es probablemente muy arriesgado asegurar que esa tragedia familiar fuera la causa para que Ignasi Terraza optará por acercarse a la música, para iniciar una aventura que le llevaría con el paso de los años a convertirse en un pianista con gran proyección internacional.

Nunca lo sabremos, pero la realidad es que aquella tierra bañada por el Mediterráneo y preñada de grandes músicos alumbraría con los años a otro grande del piano; en este caso, como Tete Montoliu, ciego.

Cuenta Ignasi Terraza que “al cabo de dos años de perder la vista comencé a tocar el piano. Cuando empecé a acercarme al piano estaba totalmente ciego. A mí me gustaba más dibujar y pintar, no le dedicaba especial tiempo a la música, pero un poco como un juego, un amigo me enseñó una canción en un teclado de juguete. Intenté luego reproducirla en el piano de casa de mi abuela y a partir de ahí empecé a engancharme al instrumento en una historia de amor que llega hasta hoy”. Esa canción era el ’Happy Birthday’.

Comenzó sus estudios de piano clásico en el Conservatorio de Barcelona al mismo tiempo que se inició de forma autodidacta en el jazz, algo que en aquella Barcelona mosaico de distintas culturas le llevo a disfrutar de la dulzura de vivir junto a esa potente herramienta que es el jazz.

Seguro que la importancia de la música (Zeleste, Sisa, Pau Riba, Jimi Hendrix, Genesis o Yes) le harían expresar en más de una ocasión que “no escuchábamos música, vivíamos en la música”. Además, perteneciendo a esa generación en la que confluyeron la alta cultura y la popular, eran capaces de escuchar a Bach y a los Rolling.

Posteriormente, con la llegada de la década de los ochenta, todo dio un giro copernicano y donde antes había una búsqueda de la verdad se impuso el imperio de lo falso, donde había un pensamiento denso se impuso el débil y donde había una felicidad del cuerpo se impuso el gimnasio.

Para ese momento, Ignasi Terraza está sobradamente formado en la disciplina del piano clásico y rezuma jazz por los cuatro costados. Aquella casete que le grabó el afinador del piano familiar, Oscar Peterson y Ahmad Jamal en cada una de sus caras, le ayudarían a buscar un referente sobre el que crecer.

Combina el tiempo entre la informática (se licencia en Informática, siendo la primera persona ciega en España en obtener esta titulación) y el jazz hasta que, en el comienzo de la década de los noventa, decide dedicarse plenamente a la música.

Y aquella sonrisa de Ignasi seguía creciendo e iluminando a todos aquellos que se cruzaban en su camino.

Y fue aquel afinador que le introdujo en Peterson o Jamal, el mismo que le habló de la figura de Tete Montoliú, de aquel pianista ciego que era un enorme músico que tocaba jazz. Y fue “a partir de entonces como empecé a preguntar, a buscar, a interesarme y a escuchar más esta música. Ese punto de libertad y de improvisación me sedujo desde el principio y con el tiempo ha hecho que haya hecho de esta música mi lenguaje”.

Un Ignasi Terraza maduro es el que volvía por tercera vez a Badajoz (él me insiste que es por cuarta; así será, le digo). Lo hacía para ofrecer un nuevo concierto en el ciclo de jazz que Fundación CB organiza bajo el título “Jazz en Montesinos”.

Y créanme, se lo aseguro, que el concierto fue digno de enmarcar. A piano solo, con esa forma única de improvisar que tienen y desarrollan los grandes músicos, nos construyó una autentica obra maestra a base de temas de Louis Armstrong, Fats Waller, Thelonious Monk, George Gershwin, Juan Tizol o de su propia composición.

Escucharlo y verlo tocar ese repertorio propio y ajeno de composiciones que forjaron su particular huella musical es toda una experiencia, sobre todo, en una noche repleta de nostalgia en la que tuvimos la oportunidad de sumergirnos en la magia del jazz y honrar a uno de los grandes músicos que este país ha dado al mundo.

Sin olvidar, es preciso no olvidarlo tampoco, que sentarse junto a él y conversar sobre lo que la sociedad en general ha cambiado respecto a cómo se ve a la persona ciega y cómo esto se refleja en la música y en el arte en general. Sobre ello asegura que “queremos que se nos escuche y juzgue como músicos y que la gente venga y se olvide si esa persona es ciega o no, que escuche música y músicos tocando y disfrutando”.

Y así, conversando o escuchándolo al piano, uno observa y se convence que esa sonrisa que Ignasi Terraza luce sin ambages es realmente sincera y digna de lucir y difundir a los cuatro vientos.

¡Gracias Ignasi!

1 comentario: