Detrás de esa gloriosa sonrisa
que exhibe sin ambages Ignasi Terraza se esconde una historia trágica pero
también, a la vez, una apasionante aventura de superación interpretada por un
chaval de poco más de nueve años.
En aquella España de los sesenta
del siglo veinte, además del aderezo político de un régimen en decadencia, se utilizaban
algunas arriesgadas prácticas médicas que fueron la causa de que nuestro
protagonista perdiera la visión.
Es probablemente muy arriesgado
asegurar que esa tragedia familiar fuera la causa para que Ignasi Terraza
optará por acercarse a la música, para iniciar una aventura que le llevaría con
el paso de los años a convertirse en un pianista con gran proyección
internacional.
Nunca lo sabremos, pero la realidad
es que aquella tierra bañada por el Mediterráneo y preñada de grandes músicos alumbraría
con los años a otro grande del piano; en este caso, como Tete Montoliu, ciego.
Cuenta Ignasi Terraza que “al
cabo de dos años de perder la vista comencé a tocar el piano. Cuando empecé a
acercarme al piano estaba totalmente ciego. A mí me gustaba más dibujar y
pintar, no le dedicaba especial tiempo a la música, pero un poco como un juego,
un amigo me enseñó una canción en un teclado de juguete. Intenté luego
reproducirla en el piano de casa de mi abuela y a partir de ahí empecé a
engancharme al instrumento en una historia de amor que llega hasta hoy”. Esa
canción era el ’Happy Birthday’.
Comenzó sus estudios de piano
clásico en el Conservatorio de Barcelona al mismo tiempo que se inició de forma
autodidacta en el jazz, algo que en aquella Barcelona mosaico de distintas culturas
le llevo a disfrutar de la dulzura de vivir junto a esa potente herramienta que
es el jazz.
Seguro que la importancia de la
música (Zeleste, Sisa, Pau Riba, Jimi Hendrix, Genesis o Yes) le harían
expresar en más de una ocasión que “no escuchábamos música, vivíamos en la
música”. Además, perteneciendo a esa generación en la que confluyeron la alta
cultura y la popular, eran capaces de escuchar a Bach y a los Rolling.
Posteriormente, con la llegada de
la década de los ochenta, todo dio un giro copernicano y donde antes había una
búsqueda de la verdad se impuso el imperio de lo falso, donde había un
pensamiento denso se impuso el débil y donde había una felicidad del cuerpo se
impuso el gimnasio.
Para ese momento, Ignasi Terraza
está sobradamente formado en la disciplina del piano clásico y rezuma jazz por
los cuatro costados. Aquella casete que le grabó el afinador del piano familiar,
Oscar Peterson y Ahmad Jamal en cada una de sus caras, le ayudarían a buscar un
referente sobre el que crecer.
Combina el tiempo entre la informática
(se licencia en Informática, siendo la primera persona ciega en España en
obtener esta titulación) y el jazz hasta que, en el comienzo de la década de
los noventa, decide dedicarse plenamente a la música.
Y aquella sonrisa de Ignasi
seguía creciendo e iluminando a todos aquellos que se cruzaban en su camino.
Y fue aquel afinador que le
introdujo en Peterson o Jamal, el mismo que le habló de la figura de Tete
Montoliú, de aquel pianista ciego que era un enorme músico que tocaba jazz. Y fue
“a partir de entonces como empecé a preguntar, a buscar, a interesarme y a
escuchar más esta música. Ese punto de libertad y de improvisación me sedujo
desde el principio y con el tiempo ha hecho que haya hecho de esta música mi
lenguaje”.
Un Ignasi Terraza maduro es el
que volvía por tercera vez a Badajoz (él me insiste que es por cuarta; así será,
le digo). Lo hacía para ofrecer un nuevo concierto en el ciclo de jazz que
Fundación CB organiza bajo el título “Jazz en Montesinos”.
Y créanme, se lo aseguro, que el
concierto fue digno de enmarcar. A piano solo, con esa forma única de
improvisar que tienen y desarrollan los grandes músicos, nos construyó una
autentica obra maestra a base de temas de Louis Armstrong, Fats Waller, Thelonious
Monk, George Gershwin, Juan Tizol o de su propia composición.
Escucharlo y verlo tocar ese repertorio
propio y ajeno de composiciones que forjaron su particular huella musical es
toda una experiencia, sobre todo, en una noche repleta de nostalgia en la que tuvimos
la oportunidad de sumergirnos en la magia del jazz y honrar a uno de los grandes
músicos que este país ha dado al mundo.
Sin olvidar, es preciso no
olvidarlo tampoco, que sentarse junto a él y conversar sobre lo que la sociedad
en general ha cambiado respecto a cómo se ve a la persona ciega y cómo esto se
refleja en la música y en el arte en general. Sobre ello asegura que “queremos
que se nos escuche y juzgue como músicos y que la gente venga y se olvide si
esa persona es ciega o no, que escuche música y músicos tocando y disfrutando”.
Y así, conversando o escuchándolo
al piano, uno observa y se convence que esa sonrisa que Ignasi Terraza luce sin
ambages es realmente sincera y digna de lucir y difundir a los cuatro vientos.
¡Gracias Ignasi!
Gracias por acercanos a él
ResponderEliminar