Diego R. J. hojea el libro ¡Lo tengo en vinilo!
Llego a casa, vengo desaforado y nervioso. Subo inmediatamente a la buhardilla a comprobar que están allí; que no se han movido, que reposan, guardan y custodian toda una vida (o parte de ella) dedicada a vivir cerca de la música. Son, para aclararlo, cerca tres mil vinilos (quizás lo superen) que he ido atesorando desde que era joven o muy joven.
Me explicaré, ya que esta forma de comenzar un texto, no cabe duda, no es la más correcta ni académica.
Vengo de la presentación del libro “¡Lo tengo en vinilo!” de Oscar Avendaño; una actividad compartida por el Club de Conciertos Badajoz y Fundación CB, parida de una mente inquieta y singular como la de José María Morales, presidente y socio número uno del referido Club.
Ya más tranquilo, frente al ordenador, y en una habitación donde se guardan y custodian cerca de cuatro mil discos compactos (quizás más) y cientos de carpetas digitales (no me atrevo a poner número), comienzo a fantasear y recordar con el telón de fondo de la presentación vivida y disfrutada.
Comenzaré por afirmar que el libro “¡Lo tengo en vinilo!” es sobre todo la obra de un fan de la música, un ejercicio de recuerdos vividos que tienen como banda sonora los temas que propone nuestro protagonista, Oscar Avendaño.
Un Oscar Avendaño que, junto a Diego R. J. (si, el legendario locutor de Radio 3 y el Sótano) y Fernando M. Monzú (un varón de pelo ya no tan negro, con una estatura superior a la media, que se dedica a escribir), desgranará todas las historias que ha vivido a la caza del vinilo que buscaba, los lugares en los que finalmente reposaban esos vinilos o historias intestinas y secretas que pasaron en torno a esta locura llamada la del coleccionista de discos.
Y eso ha puesto en marcha mi máquina de la memoria. Una máquina que comienza con un intento infructuoso de saber cuál fue mi primer vinilo en esa extensa y vasta colección; un primer vinilo que, con gran seguridad, pertenecería a los discos de mi hermano (mayor y único hermano).
Pero claro, si eso es como ahora lo recuerdo, mi colección comenzaría a crecer de manera alocada (pero con criterio) en un afán de escuchar y atesorar todo lo que en cada momento recibía el visto bueno de mi voracidad musical.
¡Qué recuerdos!, ¡qué momentos los vividos buceando en las cajas de vinilos!; minutos que se alargaban hasta horas, donde una, dos o tres piezas eran el botín conseguido que pasaría, primero, a machacar la aguja del tocadiscos y después a un lugar preferente en algún anaquel de la discoteca.
Llegabas desbocado, nervioso por los cuatro costados, entrabas en aquellos templos, reducidos en espacio y amplios en material discográfico, y comenzaba aquella maravillosa y ya imposible historia de buscar entre los cajones de los discos a la búsqueda de aquel deseado LP que posteriormente desgastarías, por la cara a y la b, para después embolsar cual inalcanzable tesoro que pasaría a formar parte de la isla perdida de tu habitación familiar.
Los lugares: principalmente Badajoz, pero también Madrid o cualquier ciudad que se cruzase en mi camino. Sin olvidar las compras por correo en España o Estados Unidos (¡un sinvivir entre el pedido y la recepción del mismo!).
Aquellas maravillosas “Ítaca Discos” o “Ciclos”, en Badajoz, donde, a través de la maestría de sus gestores y propietarios -Antonio o Carlos-, se nos permitía tener un lugar donde peregrinar a buscar y escuchar nuestros discos de aquellos músicos que colmaban nuestro ansía de libertad: John Coltrane, Miles Davis, Return to Forever, Mahavishnu Orchestra, Frank Zappa o Tete Montoliu.
También, en Badajoz: Galerías Preciados o El Corte Inglés, y en Madrid: Discoplay, M.F. Discos, La Metralleta o Discos Melocotón permitían el crecimiento de la discoteca.
Y aquí estamos, escribiendo pero también asegurando que muchos de los discos que pasaron por la referida charla (la que da origen a estas atropelladas líneas) o por la memoria del que esto escribe “los tengo en vinilo”.