En estos días estoy leyendo el libro “Panorama del Jazz en México. Durante el siglo XX” visto por Roberto Aymes, fruto de mi último viaje, a la ciudad de México DF. Por cierto, tuve la fortuna de encontrarlo (rebuscando en los anaqueles dedicados a la música) en una magnífica librería llamada “Donceles”, sita en la también denominada calle Donceles. En esta calle estaba nuestro hotel.
Según leo en Wikipedia (así lo transcribo): “La Calle de Donceles, o Calle de los Donceles es una de las calles que atraviesan la parte Norte del Centro Histórico de la Ciudad de México y cuyo sentido va de Poniente a Oriente, comenzando justo a la altura del Eje Central Lázaro Cárdenas hasta la calle de la República de Argentina, donde continúa bajo el nombre de Calle de Justo Sierra]. La calle de Donceles es una de las calles más antiguas de la ciudad y de las primeras en las que los conquistadores se asentaron. A lo largo de todo su recorrido, se pueden apreciar numerosas construcciones tanto civiles como religiosas, que se fueron levantando durante el periodo colonial que va de los siglos XVIII y XIX, aunque también hay algunos ejemplos de estilos no tan afortunados del siglo XX. El nombre asignado a esta calle es uno de los más antiguos que se conocen en esta ciudad, pues se sabe del origen de esta vía desde el año de 1524, recién consumada la conquista de México por los españoles”.
Pues bien, en ese libro se habla (o escribe), entre otros asuntos, que el primer club de jazz de DF fue “Yuma”, a finales de la década de los cuarenta.
Ese club, según he podido saber, ya no existe. Pero sí existe el Zinco Jazz Club, un lugar acogedor para cualquier aficionado a esto del jazz. Y allí me desplace en grata compañía, después de haber disfrutado un rato del “sabor y ambiente” de los mariachis de la Plaza Garibaldi. La primera impresión del club no es buena, su escasa y lúgubre puerta no le hace ningún favor. En cambio, cuando uno se adentra en sus entrañas, es un sótano, la cosa cambia de forma radical. Aquello es un lugar destinado al disfrute de la música y del jazz, acompañado de copas y buena comida. Ubicado en el sótano de un viejo banco del Centro Histórico, todavía pueden verse las gigantescas bóvedas de acero que hoy forman parte del encanto escénico. La luz tenue, las mesas dispuestas al frente de un pequeño escenario por el cual han pasado los exponentes del género, nacional y extranjero, unas barras donde poder beber o comer, un piano de cola, son unos de los tantos atractivos de este lugar, que sin dudas, perdería su encanto si no fuera pequeño.
La programación para la noche de la visita era la formación de Gabriel Hernández, músico y pianista versátil que ha sorprendido tocando con muchos y buenos músicos por toda la geografía jazzistica mundial. Un rato muy agradable fue el que pasamos aquella noche.
Como siempre, cualquier oportunidad viajera debe ser excusa para buscar e indagar en esta maravillosa música llamada Jazz.
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