Efectivamente, el personaje de la fotografía es Roy Haynes. Sí, el magnífico y superlativo batería (baterista), el legendario lobo de la rítmica, el músico en que han confiado todos los “grandes” del Jazz: Charlie Parker, Thelonius Monk, Miles Davis, Bud Powell, Sarah Vaughan o John Coltrane.
Ese músico que ha sido para los amantes de esta música una garantía de autenticidad, de calidad. Siempre que teníamos la ocasión de tenerlo frente a frente (en directo o en un disco) sabíamos que, con toda seguridad, su presencia en cualquier formación garantizaba la calidad del producto.
Y lo realizaba en sus comienzos, allá por la década de los cuarenta del pasado siglo, o en la actualidad, por ejemplo en este concierto que ilustra la fotografía: el Club de Música y Jazz San Juan Evangelista de Madrid, un 8 de mayo de 1999.
Mi admirado Federico González decía, entre otras cosas, en El País, el 10 de mayo, “La madre de Roy Haynes no tuvo un hijo: tuvo un batería de jazz. Para Haynes, los tambores siguen siendo, 74 años después de aquel feliz acontecimiento, su razón de existir”.
Pero en esta ocasión lo realmente importante de la fotografía no está en lo que se ve (en Roy Haynes), sino en lo que no se ve (en quien aprieta el disparador de la cámara). Y lo digo porque estamos hablando de un “chiquillo” de poco más de 10 años, que con esta instantánea estaba empezando a practicar una afición que luego se convertiría en obsesión y, posiblemente en un futuro, en profesión.
Un “chiquillo”, hoy un joven, con unos valores fundamentales bien arraigados y bien entendidos que, a buen seguro, le permitirán caminar por la senda que él estime conveniente y adecuada.
Sirvan estas pequeñas líneas como un doble homenaje: 1º) a un “maestro” de la música: Roy Haynes, y 2º) a un “aprendiz” de la vida y la fotografía que, con seguridad, se convertirá en un “maestro” de la vida y la fotografía: quien apretó el disparador de la cámara.
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