Un paseo por Lisboa puede deparar muchas alegrías; pero también recuerdos de personas o lugares que difícilmente puedes olvidar y, sobre todo, que difícilmente podrás nuevamente encontrar.
Esta mañana, con una temperatura fresca para la época, caminaba por esta singular ciudad con la esperanza de capturar imágenes y recuerdos para mi existencia. Y a parte de capturarlos también venían a mi memoria lugares y personajes de otros gratificantes paseos.
Caminando por la hermosa Plaza de la Alegría uno se encuentra el solar de lo que un día fue un lugar dedicado al jazz; me refiero al Hot Club de Portugal. Un templo de la música donde he tenido la oportunidad de pasar momentos muy agradables en compañía de esa “extraña mujer” que es el jazz. Parado frente al triste solar, hoy un aparcamiento, vienen a mi memoria dulces momentos de jazz y amigos. Un buen día, diría que un mal día, un maldito incendio se llevo por medio el edificio y con él, el añorado club de jazz. Al menos, en esa biblioteca de recuerdos que uno tiene en la cabeza, perdura la imagen y el sonido del club.
Me enfrento a continuación a las primeras cuestas del idílico Chiado. ¡Magnífico barrio! Un barrio con mil y una historias. Historias en las que, a veces por azar, uno se topa con personas como aquel extraño saxofonista que te regalaba su música pero no su imagen. Yo lo seguía y él se escondía: me ofrecía su historia con su saxofón, pero no su magnífica imagen. ¡Lastima!.
Y sigo caminado, disfrutando con la gente, con los tranvías, con la luz que ilumina la ciudad. Y sigo recordando, llenando el baúl de los recuerdos. Y pensando en una nueva vuelta por Lisboa; por ejemplo, con ocasión del concierto del próximo cinco de agosto en la Fundación Calouste Gulbenkian: nada más y nada menos que Cecil Taylor.
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