Diego A. Manrique escribe en El País sobre Nica; y lo hace de la siguiente manera:
Es uno de los mitos más potentes del be-bop: Nica, alias la Baronesa, la Rothschild que dejó atrás marido e hijos no para escuchar jazz, como se decía en los escandalizados círculos de la buena sociedad, sino para VIVIR EL JAZZ. En su apartamento del neoyorquino Stanhope Hotel, murió Charlie Parker una noche de 1955. Para los periódicos y la alta sociedad, se congeló el estereotipo: una millonaria blanca liada con esos parias de Harlem que habían reventado las convenciones del jazz, tan bonito y tan bailable en los tiempos del swing. No había etiqueta para esos comportamientos; en los años sesenta, tal vez habría sido descrita como una groupie. Y no. Su actividad sexual, tampoco tan desaforada, no fue lo importante.
Puede incluso que sus años de jazz no sean los más interesantes de su aventura. Kathleen Annie Pannonica Rothschild de Koenigswarter (1913-1988) supo encontrar sentido a una vida inicialmente destinada a la holganza, los caprichos y el segundo plano. La familia Rothschild no estaba pensada para la felicidad de sus mujeres. Mayer Anschel, el fundador de la dinastía, limitaba sus posibilidades laborales dentro de la empresa familiar a los archivos y las bibliotecas. La transmisión de la fortuna beneficiaba a los primogénitos; para el resto de los vástagos, quedaban (comparativamente) las migajas. Triunfadores en el mundo financiero, los Rothschild adaptaron los modos de la aristocracia británica: inmensas mansiones en el valle de Ayslebury, donde los niños crecían entre batallones de criados, con mínimo acceso a sus padres.
Nathaniel Charles Rothschild, el padre de Nica, no era apto para el banco: dedicó sus energías a las ciencias naturales, especializándose en el estudio de algo tan poco glamouroso como las pulgas; felizmente, para bautizar a su hija, se acordó de una especie de polillas, la pannonica. Charles tuvo una existencia marcada por lo que entonces se denominaba “melancolía”, una dolencia que le empujó a cortarse el cuello en su cuarto de baño.
Entre sus cuatro hijos, una –conocida como Liberty- sufrió su misma dolencia, quizás el resultado de la endogamia: demasiadas bodas entre primos. El grueso de la herencia pasó a Victor, un científico que hizo bueno el dicho: “por cada Rothschild que gana dinero, hay una docena que lo derrocha”. Victor participó en el círculo izquierdista de Cambridge que incubó a los traidores Guy Burgess, Kim Philby, Donald McLean y Anthony Blunt; durante décadas, la rumorología le situó como “el quinto hombre”. En 1986, harto de aguantar esas insinuaciones, escribió una carta al Daily Telegraph, proclamando su inocencia y retando al Gobierno para que se manifestara. La respuesta del equipo de Margaret Thatcher fue maravillosamente ambigua: “no tenemos ninguna evidencia de que alguna vez fuera un agente soviético.” Es decir, "no sabemos" pero "no lo descartamos".
La hermana mayor, Miriam, ejerció de excéntrica. Extraordinaria entomóloga, se implicaba ocasionalmente en causas entonces impopulares, como los derechos de los homosexuales. Nica se debió sentir intimidada por dos hermanos tan fascinantes y tan seguros de si mismos. Aunque ella misma se construyó una vida excitante.
En 1935, se casó con el Barón Jules de Koenigswater, judío francés. Amaban los aviones, entonces la tecnología puntera, y formaron una pareja audaz que, en su visita a China, fumó opio; en Japón, compraron juguetes sexuales que enviaron a amigos y familiares en Inglaterra (los destinatarios pasaron grandes apuros ya que el Servicio de Correos los incautó). Pero pronto se revelaron como una pareja incompatible: el Barón tenía una mente cuadriculada y esperaba que Nica se las arreglara por su cuenta.
Nica lo hizo. En 1940, cuando los alemanes invadieron Francia, Jules luchaba en el Ejercito francés y ella se quedó aislada en el Château d’Abondant. Para los nazis, los Rothschild eran la encarnación de la judería internacional y sus planes incluían arrestar a todos los que pillaran y saquear sus mansiones...antes de liquidarlos. Por sus propios medios, Nica consiguió llegar a Gran Bretaña, con sus dos primeros hijos (tendría cinco), un hijastro y dos mujeres del servicio doméstico.
Una Rothschild podía capear la Guerra Mundial en Londres o Nueva York, donde prosperaban dos de las varias ramas de la familia. No era el estilo de Nica. Siguiendo los pasos de su marido, se alistó en las Forces Françaises Libres y se movió con los soldados que comandaba Charles De Gaulle: Brazzaville, El Cairo, Túnez, Italia, París y, finalmente, Berlín. Condecorada, alcanzó el grado de teniente.
La posguerra no fue feliz para Nica. Ingresado en el Servicio Diplomático francés, el barón terminó en Noruega; su residencia fue el castillo de Vidkun Quisling, el líder nazi noruego ejecutado en 1945. Ni el ambiente ni el papel de esposa del embajador complacían a Nica. Algo mejoró cuando les destinaron a México. Entre otras razones, el Distrito Federal tenía vuelos regulares con Nueva York. Sí, la capital del jazz, donde las grandes orquestas disciplinadas habían dejado paso a combos de audaces exploradores.
Durante la guerra, Nica se había topado –y, se supone, intimado- con soldados negros estadounidenses. La pasión por el jazz era compartida por su hermano Víctor, que recibió clases del pianista Teddy Wilson. Entre los Rothschild, son habituales las obsesiones por un área del arte o del conocimiento. Pero lo de Nica fue espectacular. Viajando desde Europa, “en 1948 o 1949”, paró en Nueva York y fue a visitar a Teddy Wilson. Aunque Wilson era un hombre del swing, estaba al tanto de lo que hacían sus alumnos más díscolos. Y asombró a Nica poniéndola un disco Blue Note, donde un tal Thelonius Monk tocaba una evasiva balada, ‘Round midnight. Nica insistió en escucharla diez, quince, veinte veces. Al final, decidió que no seguiría viaje a México. Se quedaría en Nueva York y buscaría la fuente de aquella música audaz.
Puede que no fuera tan radical: Nica y Jules tendrían su última hija en 1950. Pero lo cierto es que, a principios de los cincuenta, los aficionados neoyorquinos al be-bop se hacían cruces: había llegado una baronesa europea -una Rothschild, nada menos- que apreciaba aquellos sonidos vertiginosos. No se trataba de una visitante ocasional, una cazadora de exotismos. Se quedó allí hasta el final de su vida, ayudando a los músicos moral y materialmente. Si la policía pillaba algo de marihuana cerca de Thelonius, ella se hacía responsable y se comía el marrón. Si los medios maltrataban a Monk, ella saltaba en su defensa. Alojó y cuidó al pianista cuando dejó de tocar y, esencialmente, de comunicarse con el mundo.
Nica murió a los 74 años. No tuvo reconocimientos en vida, aparte de que Clint Eastwood consultara con ella, antes de recuperar su personaje en Bird, el biopic sobre Charlie Parker. Personaje, ay, maltratado por Julio Cortázar en El perseguidor. Su nombre no figura en las abundantes historias de los Rothschild. Hasta que Hannah Rothschild, su sobrina nieta, decidió investigar sobre una mujer que se puso el mundo por montera, capaz de romper con su país, su clase social y (buena parte de) su familia. Hannah ha escrito un libro y, sobre todo, dirigido un documental para la BBC. Es lo que se puede ver a continuación: no está doblado pero las imágenes y la música cuentan perfectamente la historia. La prodiosa historia de la Baronesa del Jazz, niña rica que eligió vivir entre los malditos.
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