Cuando tenía 16 o 17 años conocí a un excelso guitarrista que hacía mis delicias de joven enamorado de la música: música negra, rock, blues, jazz y los guitarristas. Mucho me hizo disfrutar. Su nombre, Rory Gallagher.
Décadas después he vuelto con mucha fuerza sobre Rory Gallagher. Me tiene enganchado, es pura visceralidad.
Rory Gallagher, irlandés de nacimiento, fue una celebridad en los 70 y cayó en el olvido en los 80. Su música de gran calidad no le dieron la fama, pero sí la grabación de un buen puñado de lp’s (a su nombre o al de Taste), donde nos regalaba los mejores y más incendiarios solos de guitarra. ¡Pura intensidad!
Era un guitarrista soberbio, gran cantante, excepcional compositor... pero engrosó la lista de grandes músicos que pasan al ocaso, pero crean música brillante, sincera, honesta, visceral, sangre para nuestras venas, néctar para nuestros oídos. Es la historia, como la de tantos otros, de un perdedor de la vida y la música. Su historia hubiera conformado un excelente guión para una película dirigida por John Huston.
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