No suele faltar el primer sábado de cada mes a la cita con sus fieles seguidores.
Ahora, por motivos obvios, si lo hace. También nosotros.
Llega temprano, de una manera desapercibida, colocándose en el comienzo de la calle Zapatería. ¡Es su lugar estratégico!
A su llegada es frecuente que esté formada la cola de sus seguidores, de sus fieles seguidores.
De esa forma, con este repetido ceremonial, Jesús Martínez Flores, que así se llama nuestro protagonista, comienza la exposición y venta de su arte; un arte muy especial y que conecta con gran facilidad con la gente que frecuenta ese mercadillo mensual de Badajoz.
Un mercadillo que asienta sus raíces en el Casco Antiguo, el lugar donde todo comenzó, donde nació un día Badajoz. Un lugar que fue una maravillosa zona donde existía el comercio y se respiraba la vida que proyectaban sus vecinos y visitantes.
Y a ese lugar, algo degradado hoy, llega nuestro protagonista todos los primeros sábados de cada mes. Y llega con toda su parsimonia y fortaleza artística. Retratos, desnudos, sobremesas, escenas cotidianas, …… inundan la esquina en que sitúa su modesto puesto ambulante.
Jesús es un hombre comprometido, un ciudadano que no teme pronunciarse y expresar sus opiniones a través del arte o de su palabra: “Y mi vecino ha vuelto a desplegar su gran bandera en el balcón. Que los europeos tenemos miedito de enfermar, de toser, hasta de morirnos. Se escuchan discursos indecentes en las pantallas, los escriben guionistas de cine bélico-pringoso. Los ciudadanos nos miramos al espejo y de vernos tan sacrificados por el bien de todos, por el bien del mundo, recordando nuestra historia, nos emocionamos y lloramos abrazados en familia y pensamos en comer en el salón todos juntos y ver una película todos juntos. Repetimos consignas. Programamos gestos emocionantes, colectivos, pornográficos. Ayer salimos al balcón todos los vecinos y cantamos una melodía de llorar mucho, como al final de la película "1917". Parménides, amor mío, te partirías el culo si nos vieses”.
Me he aproximado a Jesús en multitud de ocasiones siendo un admirador y comprador más de su arte; también, como alguien que ansía conocer algo de su personalidad. Una tarea, esta segunda, infructuosa.
Jesús es un ser hermético, por ello, difícil de conocer, entender o descifrar.
Y me pierdo en mi cabeza buscando y rebuscando respuestas a mis preguntas.
Seguramente para Jesús lo indecible, lo que está más allá de la imagen, se encuentra en el centro de sus preocupaciones fundamentales. Me atrevería a decir que pocos artistas han desarrollado una obra tan autista, tan cerrada sobre sí misma.
Pero, ojo, una obra que proyecta preguntas, interrogantes y que cada vez que uno se aproxima a ella, vuelve reconfortado y enamorado de un artista singular y sin par.
Y sigo, seguiré, peregrinando cada sábado a bañarme en la obra de Jesús (siempre a la espera de alguna potente exposición de su obra y de su personalidad) para poder reflexionar en torno a su pintura y a su pensamiento.
Como muestra de ese pensamiento, dejo aquí el siguiente: “Nos debería preocupar mucho la pérdida de nuestra condición humana. Tanto (al menos tanto) como jugar al escondite con la enfermedad y la muerte. No estoy hablando de dejar de sacrificarnos, ni alentando rebeliones. Precisamente estoy hablando de sacrificarnos más si cabe, aunque quizás no concentrando todos, todos nuestros esfuerzos en conservar la vida sin más”.
Ahora, por motivos obvios, si lo hace. También nosotros.
Llega temprano, de una manera desapercibida, colocándose en el comienzo de la calle Zapatería. ¡Es su lugar estratégico!
A su llegada es frecuente que esté formada la cola de sus seguidores, de sus fieles seguidores.
De esa forma, con este repetido ceremonial, Jesús Martínez Flores, que así se llama nuestro protagonista, comienza la exposición y venta de su arte; un arte muy especial y que conecta con gran facilidad con la gente que frecuenta ese mercadillo mensual de Badajoz.
Un mercadillo que asienta sus raíces en el Casco Antiguo, el lugar donde todo comenzó, donde nació un día Badajoz. Un lugar que fue una maravillosa zona donde existía el comercio y se respiraba la vida que proyectaban sus vecinos y visitantes.
Y a ese lugar, algo degradado hoy, llega nuestro protagonista todos los primeros sábados de cada mes. Y llega con toda su parsimonia y fortaleza artística. Retratos, desnudos, sobremesas, escenas cotidianas, …… inundan la esquina en que sitúa su modesto puesto ambulante.
Jesús es un hombre comprometido, un ciudadano que no teme pronunciarse y expresar sus opiniones a través del arte o de su palabra: “Y mi vecino ha vuelto a desplegar su gran bandera en el balcón. Que los europeos tenemos miedito de enfermar, de toser, hasta de morirnos. Se escuchan discursos indecentes en las pantallas, los escriben guionistas de cine bélico-pringoso. Los ciudadanos nos miramos al espejo y de vernos tan sacrificados por el bien de todos, por el bien del mundo, recordando nuestra historia, nos emocionamos y lloramos abrazados en familia y pensamos en comer en el salón todos juntos y ver una película todos juntos. Repetimos consignas. Programamos gestos emocionantes, colectivos, pornográficos. Ayer salimos al balcón todos los vecinos y cantamos una melodía de llorar mucho, como al final de la película "1917". Parménides, amor mío, te partirías el culo si nos vieses”.
Me he aproximado a Jesús en multitud de ocasiones siendo un admirador y comprador más de su arte; también, como alguien que ansía conocer algo de su personalidad. Una tarea, esta segunda, infructuosa.
Jesús es un ser hermético, por ello, difícil de conocer, entender o descifrar.
Y me pierdo en mi cabeza buscando y rebuscando respuestas a mis preguntas.
Seguramente para Jesús lo indecible, lo que está más allá de la imagen, se encuentra en el centro de sus preocupaciones fundamentales. Me atrevería a decir que pocos artistas han desarrollado una obra tan autista, tan cerrada sobre sí misma.
Pero, ojo, una obra que proyecta preguntas, interrogantes y que cada vez que uno se aproxima a ella, vuelve reconfortado y enamorado de un artista singular y sin par.
Y sigo, seguiré, peregrinando cada sábado a bañarme en la obra de Jesús (siempre a la espera de alguna potente exposición de su obra y de su personalidad) para poder reflexionar en torno a su pintura y a su pensamiento.
Como muestra de ese pensamiento, dejo aquí el siguiente: “Nos debería preocupar mucho la pérdida de nuestra condición humana. Tanto (al menos tanto) como jugar al escondite con la enfermedad y la muerte. No estoy hablando de dejar de sacrificarnos, ni alentando rebeliones. Precisamente estoy hablando de sacrificarnos más si cabe, aunque quizás no concentrando todos, todos nuestros esfuerzos en conservar la vida sin más”.