viernes, 10 de abril de 2020

10-04-2020 Escribir a diario


Sin saber cómo comenzar la entrada de hoy, me lanzo y pongo en el buscador de Internet: “escribir a diario”. Sin mucha dilación, el ¿sagaz? engendro, me lanza:

¿Cómo se escribe un diario?

Cómo escribir tu diario… antes de empezar

· Escoge TU diario. Dediquemos un tiempo a ir a una papelería y elegir un cuaderno que nos guste. ...
· Escoge TU lugar. Recordemos que se trata de generar un hábito. ...
· Escoge TU tiempo. ...
· Escribir desde la emoción. ...
· Escribir desde la sinceridad. ...
· Escribir a mano. ...
· No lo leas. ...
· Que no lo lean.

Pues mire, don Internet, no es lo que buscaba. Me refería al ejercicio intelectual de sentarte frente al papel en blanco o a la pantalla vacía del ordenador y comenzar a parir. ¡Ojo, no ha decir paridas!

Debo de manifestar que esta tarea que me he autoimpuesto con el confinamiento (en este caso, impuesto) me está resultando gratificante.

Primero, por ser una tarea de obligado cumplimiento que me aporta orden y tarea diaria.

Y, en segundo lugar y más importante, porque supone un ejercicio mental que me mantiene, entiendo, las neuronas en perfecto estado de revista.

He mirado más arriba, en esta sucesión de palabras e ideas que llevo escritas en estos ¿primeros? treinta días y encontré lo escrito el trece de marzo (primer día de esta nueva historia en la que vivimos): “En fin, tiempo tenemos para la reflexión y la escritura. Utilizaremos este tiempo para perfeccionar nuestro intelecto y en tratar de dejarlo recogido en negro sobre blanco”.

Volviendo a la consulta en Internet, quería comentar que lo que pretendía era bucear y profundizar en lo que otros opinan de este ejercicio diario; lo que dicen los auténticos protagonistas de esto: me refiero a los columnistas a los que este osado aprendiz de escritor lee con cierta frecuencia.

Comienzo con uno de los grandes, Manuel Alcántara (Manuel Porras Alcántara, en registro) que decía sobre el oficio: “Cada día me sorprende el milagro de ser capaz de segregar mi artículo diario. El arte más difícil del mundo, y a eso se reduce todo, es el arte de vivir”.

César González-Ruano, articulista de profesión, escribía en su Diario íntimo (1951-1965): “¿Está tan mal una profesión donde con un rato al levantarse ha ganado uno ya todos los gastos del día, y que a las once y media no exige ninguna ocupación?”.

El recientemente fallecido y llorado David Gistau manifestaba: “Me apetece contar historias distintas. Quiero hacer algo más variado que estar pendiente de la última noticia política”.

Antonio Burgos, el ácido columnista, sentencia: “Y si lo sigo escribiendo cada día, ahora otra vez con cierre tipográfico y con más ilusión que nunca, como si debutara con caballos cada mañana, sé que el acierto nunca es mío: es suyo, lector. Lo escribo gracias a que usted lo lee. Por eso hoy, al volver el artículo a su viejo recuadro tipográfico, va por usted, en agradecimiento por su fidelidad”.

Pedro J. Ramírez: “Tengo la suerte de dedicarme a lo único para lo que sirvo. Echo de menos todos los días a Francisco Umbral. Todos los días. Como escritor de periódicos no ha habido nadie como él y veremos cuándo lo hay”.

Francisco Umbral: “Escribir es la manera más profunda de leer la vida”.

Manuel Vicent: “Periodista es ese tipo que escribe a toda velocidad de cosas que generalmente ignora y lo hace de noche y la mayoría de las veces cansado o borracho y que no teniendo talento para ser escritor ni coraje para ser policía se queda sólo en un chismoso o en un simple confidente”.

Aproximándome al terruño, comienzo por una autentica referencia. José Ramón Alonso de la Torre, hombre feliz e insólito, ese contador de historias costumbristas que una vez lo lees no puedes salir de su red: “Así, el aburrimiento te llevaba a la imaginación y descubrías el campo, las fuentes, el agua, las piedras y, si vivías en Cáceres, los juegos (las cabezas, torito en alto) en los túneles de Reyes Huertas, los partidos de fútbol en El Rodeo o las disputas de guardias y ladrones en Cánovas”.

Alfredo Liñán Corrochano, un inclasificable, escribe: “Me gusta escribir en verano. Bajo un árbol al son de las chicharras que es música de eternidad. O acunado en el vaivén cercano de las olas. O a la sombra del porche achicharrado. Soy un hombre llamado verano”.

Feliciano Correa, la pluma y la palabra excelsa: “Si la memoria es frágil, lo es más cuando el cúmulo de sucesos se agolpan, galopando unos sobre otros, tapando lo antiguo con lo nuevo. Sólo haciendo de lo acontecido una ventana apaisada podemos constar, como en un gran espejo, las distintas secuencias donde nosotros mismos fuimos protagonistas”.

Termino este rápido y fugaz repaso de gente instruida (sí, gente leída e instruida) que escriben a diario o casi a diario con Carolina Díaz Rodríguez, una chica cacereña vital y comprometida con el tiempo que le ha tocado vivir: “¿Si no escribo de mis propias vivencias y experiencias, de mi manera de ver y observar la vida, de qué escribo, de temas que desconozco, me invento historias que les sucedan a otros?”

Osado, como he manifestado, me siento. Rubor, ese color rojizo que me aparece en el rostro por un sentimiento de vergüenza, sería lo más próximo a mi estado en este momento.

He comenzado, con una frecuencia diaria, a imitar a esas personas que me alimentan diariamente de ideas, compartidas o no, surgidas de un ejercicio no fácil de realizar.

“Las opiniones son como los culos. Todo el mundo tiene uno”, manifestaba Harry «el sucio», alter ego de Clint Eastwood, en una de las películas de la saga. Sin embargo, no a todas las opiniones se les presta la misma atención. Algunas nacen y mueren tan pronto como se lanzan, otras consiguen salir de ese hábitat e influir a través de las columnas de opinión de los medios de comunicación.

Y en ese ejercicio diario me encuentro, con osadía y rubor; un ejercicio que, leído y reinterpretado, con el paso del tiempo me hará sonrojarme quizás aún más, o no.

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