domingo, 26 de abril de 2020

26-04-2020 De peluqueros y peluquerías


En el arte de la peluquería y del peluquero soy hombre fiel; no sé lo que otros pueden contar, pero puedo asegurar que con prácticamente sesenta años a mis espaldas he sido hombre de cuatro peluquerías.

Y digo de cuatro peluquerías, porque no podría decir que he sido hombre de cuatro peluqueros y sí de seis.

¿Me explico? Me explicaré.

La primera peluquería, la de mis años infantiles, estaba regida por dos peluqueros: Eduardo y Pablo. Dos señores mayores, o eso me parecía a mí desde mi corta edad, que simultaneaban este trabajo con el del funcionariado público.

El local estaba situado en la calle de San Blas; una calle que conecta las plazas de España y San Andrés. Calle que ha visto y sentido todo lo bueno o malo que le ha ocurrido a una ciudad provinciana como Badajoz.

En esa peluquería y con esos peluqueros comenzaría mi andadura vital en esta historia de pelos, tijeras, peines y navajas. Una aventura que bien daría para la elaboración de un libro de historias y chismes de peluquerías.

La relación entre el peluquero y el cliente es confidencial. Estos últimos cuentan sus cosas, mientras el peluquero lo que hace es escuchar y acompañarlos en su conversación. El peluquero es un señor que te pone bello, sube la autoestima y brinda felicidad. No está bien comentar lo que los clientes les cuentan, aquí se da una relación armoniosa, la idea es que el cliente se sienta cómodo, atendido y escuchado.

Como bien se puede entender, en estos primeros años de mi relación con el peluquero, dada mi edad, era yo quien escuchaba a Eduardo y Pablo contar sus historias de mayores. Era yo un niño obediente, que bien me cuidaba de no molestar al peluquero y cumplir ordenadamente con todas sus instrucciones.

Algo que siempre recordaré como una anécdota inolvidable, fue la facilidad que tenía Pablo para imitar el habla del Pato Donald; algo que aún, con el paso del tiempo, suelo recordar e imitar.

Pero la edad y las hormonas comenzaban a hacer su trabajo y la cabeza me indicaba que mis pelos debían confiarse a alguna peluquería más chic. Y así fue como di con mis cabellos en Santi Peluqueros, en la calle Hernán Cortés. Otra céntrica y vivida calle de la ciudad.

En esa peluquería, de un solo peluquero, atusaba y preparaba mis cabellos entre revistas y comentarios de lo más animados sobre la ciudad y sus ciudadanos.

De ahí, todavía en mi juventud, pase a Pepe y Juan; un par de peluqueros a los que en su día la prensa local dedico un artículo que titulaba “Unidos por los pelos”. Aquel artículo contaba que Pepe y Juan o Juan y Pepe eran la versión en peluquería de Oliver y Hardy o Tip y Coll.

Yo los conocí en la calle Fernández de la Puente; allí llegaba y me sentaba sin hora ni horario a esperar mi turno. Era el tiempo, antes que Pepe (el más frecuente de mis peluqueros) me llamará al sillón, en que uno conocía todos y cada uno de los chismes que se contaban en la ciudad.

Por la peluquería de Pepe y Juan han pasado padres con sus hijos y después estos con sus descendientes. Familias enteras han confiado la estética capilar familiar a estos dos maestros del oficio.

Próximo ya a mi mayoría de edad conoceré al peluquero de mi vida: Pedro Escorial. Y a él, primero en la peluquería Tapias y después en su local de la calle Vasco Núñez, entregaré parte de mi vida para que, además de peluquero, actuase de psicólogo, confesor, consejero y, a veces, hasta de mediador.

Como bien puede observarse siempre he sido fiel al casco antiguo de Badajoz; la calle Vasco Núñez transita entre el paseo de San Francisco y la avenida Santiago Ramón y Cajal.

Para mí entrar en la Peluquería Escorial es todo un viaje en el tiempo, llevo con él más de cuarenta años acumulando recuerdos, pero también cortándome el pelo, claro.

Pedro Escorial es un tipo singular; es un hombre que habla de su profesión con orgullo y respeto: “Me gustó desde el principio porque es un trabajo artesano y muy entretenido. Hablas con mucha gente de muchas cosas”.

Podríamos hacer un documental muy largo, sí. Un documental en el que este psicólogo, confesor, consejero, mediador y, sobre todo, buen profesional nos contaría mil y una historia de las personas que han pasado por sus manos y tijeras.

Aquí, en Pedro Escorial, se terminó aquella rutina de la espera; una espera que en muchas ocasiones resultaba grata con la conversación y los chascarrillos que surgían y las bromas que se gastaban.

Pedro Escorial venía con nuevas ideas en lo tocante al cabello y a la forma de tratar a su cliente; un cliente que disfruta de la profesionalidad de su trabajo y de un carácter extrovertido al que le importan las opiniones de los demás y no siente miedo de expresar las propias.

Y así, en unas pocas líneas, es como recuerdo mi historia con los peluqueros y peluquerías.

Pedro, en estos días, en pleno confinamiento por este mal bicho con nos acecha, te echo de menos.

¡Seguro que pronto nos veremos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario