martes, 28 de abril de 2020

28-04-2020 Joao, Belmiro y Mateus


Joao, Belmiro y Mateus son los nombres de los lugareños retratados en la fotografía que acompaña el texto.

Se conocen desde niños; algo que no podía ser de otra forma, ya que las casas que los vieron nacer eran contiguas.

Y ahí los tienen, como si la vida no tuviera nada que ver con ellos; están a sus cosas, a sus reflexiones diarias en el entorno de un pueblo alejado de las prisas y malas costumbres de estos tiempos.

Joao, el mayor, es viudo; su querida esposa lo dejó hace ya bastantes años y él, con la debida dedicación, fue capaz de sacar tierras e hijas adelante. Hoy disfruta, a ratos, de los nietos que les regalaron sus dos hembras.

Sus tierras, hoy inundadas por el embalse de Alqueva, fueron pasto de la ocupación que de forma más o menos espontanea se produjo durante el invierno de 1974 tras el triunfo de la revolución de abril. Lo que había comenzado como la mayor conquista de aquella revolución de los claveles, fue la línea de ruptura entre derecha e izquierda y, en el seno de esta última, entre socialistas y comunistas. También, no conviene olvidarlo, la de la ruptura de la amistad entre su padre y el de Belmiro, un viejo cooperativista muy activo durante la revolución de abril.

¿Y nuestro tercer invitado, Mateus, qué pinta en esta relación?

Pues pinta y mucho; es, por decirlo de alguna forma, la figura que desatascó todo el entuerto que aquel episodio de la historia de Portugal llevo a la frustración de una relación de vecinos de toda la vida.

Mateus, con esa forma de ser tan especial del portugués de tierra adentro y después de regresar de una aventura colonial a la que su padre condeno a la familia, se empeñó en volver a reditar aquella amistad de aquellos tres zagales de la Rúa de Santiago de Monsaraz.

Monsaraz, un pueblo encaramado en una elevación de la infinita llanura alentejana; un puñado de casas que más que pueblo es una mínima aldea fortificada sobre un promontorio, que contenido por sus murallas y asomado al Guadiana, presenta prehistóricos dólmenes, un castillo y siete iglesias.

Pues en esa población, Mateus se comprometió a recuperar la cordura y la amistad perdida entre Joao y Belmiro por un asunto ya pasado y en los que ellos no habían sido más que unos convidados de piedra.

Y lo hizo a base de tesón y de amor por su pueblo y sus habitantes, comenzando una batalla callada y singular a base de recordar tiempos pasados y felices donde tres zagales, ajenos a futuras disputas políticas y personales, fueron capaces de crecer en un ambiente sano y libre.

Pensaba Mateus que aquella infancia no podía dar paso a una vejez de odios y reproches en los que Joao y Belmiro no habían tenido ninguna participación. Es más, decía Mateus, que tampoco sus padres, víctimas, aseguraba, de un momento muy hermoso de la historia de Portugal.

Y así, con tesón y esfuerzo, restaño heridas y permitió la fotografía que hoy podemos contemplar. Una fotografía en donde tres lugareños, unidos por la tierra y la historia, están a sus reflexiones diarias en el entorno de un pueblo alejado de prisas y malas costumbres de estos tiempos.

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