domingo, 25 de marzo de 2012

Para mi lectora favorita

Esta mañana desperté de manera abrupta; exhausto después de una noche intensa y de un sueño convulso. ¡Joder!, me dije. Tal comentario venia a cuento porque no me acordaba absolutamente de nada del motivo de tal intensidad. Pues nada, mi trabajo en los próximos minutos era dedicarme a la reflexión, a la búsqueda del origen de esa intensa noche. 

¿Por donde empezar?, me preguntaba. Y la verdad es que no tenía muy claro el camino a seguir. Estas cosas de los sueños son así; entretenidas mientras ocurren, pero difíciles de poner en pie una vez pasadas. Y no sé qué fue lo que motivó lo soñado, pero la realidad fue que, de pronto, mi memoria se refrescó y pude reverdecer lo soñado. Os contaré. 

Resulta que nada más acabar mis estudios de bachillerato, decidí que quería estudiar algo que no se impartía en mi ciudad. Y para ello partí hacia Salamanca, la hermosa y docta ciudad castellana. La vida en Salamanca fue intensa y apasionante. Una ciudad llena de historia, y de historias, que hizo mis delicias. Muchas horas y días dediqué a su conocimiento y a mi hermanamiento con sus calles, edificios y lugares donde habían ocurrido los momentos más sugerentes de su historia. Pero una ciudad no vive solo de cosas inanimadas, también están sus habitantes y las personas que por ella transitan. Y de ellas también me empapé, y recogí un buen puñado de amistades que me acompañaron, aun me acompañan, por donde vivo y transito. 

Pero todo llega a su fin, y mi idilio con Salamanca, un largo idilio de cinco años, había terminado. La llevaría siempre en mi corazón, a sus gentes y a sus piedras. Pero uno debe continuar su camino y la parada de Salamanca había finalizado. 

En fin, me quedo de ella con aquello que dijo el ilustre Miguel de Cervantes, “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”. 

De Salamanca a Madrid. En ella debía de permanecer un año, todo con el propósito de realizar el postrado; comenzar la aplicación de lo estudiado en los años anteriores. 

Y Madrid es otra cosa, no es la recoleta y manejable Salamanca. Madrid es la ciudad de todos, muy impersonal, por aquello que no es de nadie en particular. Debía de adaptarme rápidamente: se acabó aquello de decir por la calle adiós a cada pocos metros. Multiplicaba los habitantes de Salamanca por 33; sus calles, ni lo imagino. Se acabo levantarme con la hora pegada al culo, empezaban los madrugones y los largos trayectos en transportes públicos. 

Pero rápidamente me adapté; soy como un camaleón, un ciudadano del mundo. Madrid me brindaba lo que necesitaba: aire y nuevos terrenos a explorar. Y en ella, en la ciudad de todos, disfrute y aprendí. Otra vez sus calles y sus gentes me brindaron lo que tanto anhelaba: seguir creciendo y formándome como persona. 

Y también, como en Salamanca, ligo a la ciudad con una frase y un autor. La frase: “Cuando he estado trabajando todo el día, un buen atardecer me sale al encuentro”; el autor: Johann Wolfgang Goethe. 

Y vuelta a la carretera, al camino hacia otro lugar. Mi misión en Madrid había terminado y debía buscar nuevos lugares. ¿Dónde en esta ocasión?, pues a un lugar a muchos kilómetros de mi casa, y también de Madrid. Un lugar que tiene muchos puntos de encuentro con Salamanca; mi añorada y querida Salamanca. Un lugar que me iba a permitir seguir creciendo, seguir formándome. 

La ciudad elegida era Cambridge. Para mí, su gran atracción no eran sus espléndidos colegios o sus maravillosos parques. Me sentí atraído por su historia, por su antigüedad y porque lo erudito lo impregnaba todo. 

Me habían dicho que por aquí había estado nada más y nada menos que Lord Byron. Luego me entere que Byron, al igual que yo, dividió su tiempo entre Cambridge y Londres. 

Me gustaría, de verdad, parecerme a ese Byron que si hay algo le define e individualiza es su carácter. Se ganó una reputación de ser original, controvertido y nada convencional. Se puede decir que Lord Byron amaba la belleza. Y de él elijo la frase: "Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos." 

¡Joder!, creo que fue aquí donde desperté. Donde interrumpí un sueño magnifico, realmente magnifico. Volveré a intentar conciliar el sueño, para retomar esta fantástica aventura.

sábado, 17 de marzo de 2012

Lee Miller

Tomo prestado un retazo de un texto de Lucy Davies para ilustrar lo que debió ser el influjo de esta poderosa mujer: “En 1929, dos semanas después de cumplir 22 años, Lee Miller se disponía a zarpar de Nueva York hacia París mientras sus dos amantes se jugaban a cara o cruz quién iría a despedirla al muelle. Llegado el día, mientras observaba cómo el trasatlántico se alejaba río Hudson abajo, el ganador descubrió, azorado, que su rival sobrevolaba el barco en un biplano que de pronto se acercó a la cubierta para lanzar sobre ella una lluvia de rosas en honor de la muchacha. Que una mujer tan joven despertara semejantes pasiones explica en buena parte la historia …………………………………..”

sábado, 10 de marzo de 2012

El fotógrafo ciego


Las fotos de Edgar Degas corresponden a aquel año que se marchó de París al balneario de Auvernia. Nadie sabe por qué se embarcó entonces en la fotografía... ni por qué la dejó después. Algunos historiadores del arte consideran que la cámara se convirtió para él en un nuevo par de ojos cuando la vista empezaba a fallarle. 

paredes



Por Sevilla, por una ciudad ya en primavera. Eugenio Heredia proviene del graffiti y es el autor del perrogatopeine, conocida mascota que habita los rincones de la ciudad.