domingo, 17 de marzo de 2024

Giovanni Guidi en Badajoz

 

Que la música no entiende de fronteras es una evidencia. Y que son los músicos los que materializan esa conducta, es también evidente.

Viene esto a cuento tras haber compartido concierto, además de mesa y mantel, con Giovanni Guidi, un pianista nacido en 1985 en Foligno (en la Umbría italiana).

Guidi es hombre de poliédrica personalidad, íntimo y reservado, lírico y disonante, además de sensual e irónico. Conocido por su técnica en el piano y por su capacidad de improvisar con gran fluidez y creatividad, es una de las figuras más interesantes que existen en la actualidad en la escena jazzísticas italiana desde que fue presentado por el maestro Enrico Rava. Ha grabado para CAM Jazz, Venus o ECM y presentado su música en festivales de New York, Chicago, San Francisco, Buenos Aires, Santiago de Chile, Rio De Janeiro, Salvador de Bahía, Toronto, Montreal, Hong Kong, Jakarta, Tokyo, Seul, Mumbai, New Delhi, Estambul, Berlín, Londres, Atenas y Bucarest; es decir, por medio planeta.

El concierto fue brillante, con un Giovanni Guidi desaforado inundando la sala con un pianismo que bebe de Keith Jarrett o Sonny Clark, con temas que enlazaba uno tras otro sin dejar respirar a un auditorio repleto y fascinado con su puesta en escena.

Hasta el momento, “Jazz en Montesinos”, la marca que pone nombre al ciclo jazzístico de Fundación CB, nos está ofreciendo distintas formas de entender e interpretar jazz al piano: Emilio Solla, Chano Domínguez, Ignasi Terraza, José Carra y, ahora, Giovanni Guidi.

Y si Giovanni Guidi no entiende las fronteras en la música, menos las entiende en su forma de ver el mundo que nos rodea; es crítico, muy crítico, con todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor con las políticas que impiden que la gente se mueva libremente por el mundo en busca de una mejor situación social, económica o política. Bebe de ese axioma que enuncia que “las fronteras, las banderas y las religiones solo sirven o han servido para que muera la gente”.

Después del concierto, en la etapa de la mesa y mantel en la Bodega San José, además de las reflexiones sobre la situación política que vivimos, pudimos compartir opiniones en torno a nuestro amor compartido por el jazz y la música; siempre acompañados por Massimo Di Stefano, su manager y un excelente conversador.

Perigeo, Franco D'Andrea, Danilo Rea, Enrico Rava, Massimo Faraò, Gino Paoli o el Flamenco, hicieron de la velada un auténtico placer. Hablamos también de una supuesta presencia en el próximo festival de jazz de Badajoz.

¡A repetir!

lunes, 12 de febrero de 2024

Arturo Serra y José Carra: un dúo conectado

Se trata del cuarto concierto del ciclo organizado en Badajoz por Fundación CB bajo el titulo “Jazz en Montesinos”. Un concierto que tiene como novedad la formación presentada: un dúo de vibráfono y piano. Los tres anteriores (Emilio Solla, Chano Domínguez e Ignasi Terraza) habían sido a piano solo.

Arturo Serra y José Carra son los protagonistas de este sábado incrustado en el Carnaval de la ciudad que, posiblemente, ha restado algo de público al concierto; poco más de medio centenar de personas han sido los afortunados de disfrutar de una elegante y rodada formación.

El vibrafonista Arturo Serra está considerado como uno de los mejores vibrafonistas del país, con un instrumento poco utilizado por su dificultad técnica. Por su parte, el pianista José Carra es uno de los jóvenes y brillantes pianistas que pueblan el panorama jazzístico español. Ambos músicos están en los últimos tiempos mostrando su trabajo en numerosos conciertos por toda la geografía española.

Serra, a lo largo del concierto, comentó en varias ocasiones la permanente conexión que, por wasap, tiene con Carra y que le permite preparar nuevos temas a interpretar en sus conciertos. Añado a su comentario, que la conexión de estos dos músicos va más allá del wasap. Y lo digo porque hablo de una conexión que se remonta al origen de sus propias carreras musicales.

Es muy probable, diría que seguro, que este concierto no se hubiera celebrado caso de no existir esa conexión a la que aludo. Arturo Serra, valenciano residente en Málaga, es un músico que llegó a esta ciudad en busca de un futuro en el campo de la música; en esa ciudad pudo establecerse, crecer musicalmente y ser, entre otros logros, profesor de múltiples alumnos, entre los que se encontró a José Carra.

Es evidente que esa conexión, alumno profesor, será la génesis de una reunión musical que después de infinitos conciertos sigue maravillando e iluminando el mundo del jazz.

En el concierto aludido, las expectativas no quedaron huérfanas. Arturo Serra y José Carra derrocharon su intima conexión. La que trasmitieron sin fisuras o aspavientos, a través de esos instrumentos en apariencia contrapuestos, que se fusionaron en ritmo, melodía y armonía con una improvisación calculada y libre a la vez. Enorme complicidad con miradas o gestos que nos transportaron a un mundo sin fin como el del JAZZ.

domingo, 28 de enero de 2024

Fernando Navarro, una lección de vida

Ayer tuve la oportunidad (la suerte o el placer) de estar en la presentación del libro “todo lo que importa sucede en las canciones” del célebre crítico musical Fernando Navarro; una presentación sobre la que debo manifestar mi grata experiencia al poder ser testigo de cómo se aborda el tema musical en relación con la existencia del ser humano.

Un párrafo el anterior que podría parecer grandilocuente o excesivo, pero que analizando con detenimiento lo que Fernando Navarro aborda en el citado libro o en la referida presentación podría quedarse corto.

Por otra parte, no es de extrañar, que con el currículo en medios de comunicación que presenta el protagonista (El País, El País Semanal, Cadena Ser, Ruta 66, Efe Eme o Rolling Stone) tenga el bagaje o experiencia del que hace gala.

Solamente, para tratar de explicar lo anterior, voy a detenerme en cuatro conceptos que me llamaron poderosamente la atención: la ausencia, la maternidad, la libertad o el disco. Son cuatro conceptos que, para mí, tienen una ligazón esencial en toda esta historia. Podría, seguro, abordar otros conceptos que me llamaron la atención, pero entiendo que los elegidos son más que suficientes para comprobar que no estamos hablando únicamente de un escritor que hace critica musical y si de un ser humano que hace filosofía a través de la crítica musical.

El que el libro se titule “todo lo que importa sucede en las canciones”, nos da una pista de cómo el autor quiere enfrentarse a la historia: la música, a través del disco, le ha permitido alcanzar la libertad absoluta que le inculcó su madre ante la ausencia de un padre desconocido.

Lección de vida, llamaría yo a lo anterior. Una lección aprendida e inculcada por una madre que no solo le dio la vida, sino que también le ayudó y enseñó a utilizarla.

Cómo explicar la ausencia de un padre con algo tan descarnado como “Después de meses, más bien años, he comprendido que he llegado hasta aquí con la única esperanza de tener suficientes pares de botas, aunque mi única revolución simplemente sea intentar ser un buen padre para Alejandro”.

La ausencia, en este caso la del padre, como acción y efecto de ausentarse o de estar ausente. Algo que le pasó a nuestro protagonista: su padre se ausentó y provocó un vacío, en principio, insustituible o irremplazable. Al menos en tres ocasiones, nuestro protagonista, manifestó que quizás, solamente quizás, su padre podía estar trabajando en el hospital de nuestra ciudad, Badajoz.

Y esa ausencia nos introduce de lleno en la maternidad. Escribía un poco más arriba que la ausencia del padre era, en principio, insustituible o irremplazable; pero debo de manifestar, así lo confiesa Fernando Navarro, que su madre le ayudó a enfrentase a la misma de la forma que solamente una madre es capaz de realizarlo a través del vínculo que se crea desde el momento de la gestación y que se va acrecentando durante el momento del nacimiento, la lactancia y posteriormente con el cuidado en los primeros años de vida del hijo: vivencias y relaciones que serán elementales para el desarrollo de su personalidad.

Hablaba Fernando Navarro de que la enfermedad y la muerte de su madre eran la clave o génesis de lo escrito en su libro, un libro que relata una crisis personal que lleva al protagonista a la madurez, donde asume el fracaso, a través de la libertad que le facilita la música.

La libertad, obsesión de una madre para su hijo. “Mi madre me enseño a creer en las personas, no en las banderas o en las fronteras; me enseño e inculcó, con su dejarme aprender en libertad, que el ser humano se construye cayéndose y levantándose”. La experiencia nos demuestra que cuando asentamos el cuidado de nuestros hijos en el cariño, la compresión y la aceptación les ayudamos a crecer en un ambiente de confianza, desde donde se puede explorar con total libertad y seguridad todas sus emociones y potencialidades para desarrollar una etapa adulta plena y feliz.

Y nos faltaba el cuarto elemento catalizador de esta lección de vida, de esta lección de filosofía que nos imparte Fernando Navarro: el disco; que bien podríamos haber sustituido por la música, pero que nuestro caso, el disco, es la materialización de la misma y una forma de contarnos la evolución inadecuada de una sociedad que vive sin freno.

“Es curioso que cada ciudad que visito esta huérfana de tiendas de discos”. Alguien del publico le recuerda que en Valladolid si existen; pero aquí, en Badajoz, es cierto que desaparecieron hace muchos años. Aquellas maravillosas “Ítaca Discos” o “Ciclos”, en Badajoz, donde, a través de la maestría de sus gestores y propietarios -Antonio o Carlos-, se nos permitía tener un lugar donde peregrinar a buscar y escuchar nuestros discos de aquellos músicos que colmaban nuestro ansía de libertad: John Coltrane, Miles Davis, Return to Forever, Mahavishnu Orchestra, Frank Zappa o Tete Montoliu.

Llegabas desbocado, nervioso por los cuatro costados, entrabas en aquellos templos, reducidos en espacio y amplios en material discográfico, y comenzaba aquella maravillosa y ya imposible historia de buscar entre los cajones de los discos a la búsqueda de aquel deseado LP que posteriormente desgastarías, por la cara a y la b, para después embolsar cual inalcanzable tesoro que pasaría a formar parte de la isla perdida de tu habitación familiar.

¡Gracias, Fernando, por esta lección de vida!

domingo, 21 de enero de 2024

La sonrisa de Ignasi

Detrás de esa gloriosa sonrisa que exhibe sin ambages Ignasi Terraza se esconde una historia trágica pero también, a la vez, una apasionante aventura de superación interpretada por un chaval de poco más de nueve años.

En aquella España de los sesenta del siglo veinte, además del aderezo político de un régimen en decadencia, se utilizaban algunas arriesgadas prácticas médicas que fueron la causa de que nuestro protagonista perdiera la visión.

Es probablemente muy arriesgado asegurar que esa tragedia familiar fuera la causa para que Ignasi Terraza optará por acercarse a la música, para iniciar una aventura que le llevaría con el paso de los años a convertirse en un pianista con gran proyección internacional.

Nunca lo sabremos, pero la realidad es que aquella tierra bañada por el Mediterráneo y preñada de grandes músicos alumbraría con los años a otro grande del piano; en este caso, como Tete Montoliu, ciego.

Cuenta Ignasi Terraza que “al cabo de dos años de perder la vista comencé a tocar el piano. Cuando empecé a acercarme al piano estaba totalmente ciego. A mí me gustaba más dibujar y pintar, no le dedicaba especial tiempo a la música, pero un poco como un juego, un amigo me enseñó una canción en un teclado de juguete. Intenté luego reproducirla en el piano de casa de mi abuela y a partir de ahí empecé a engancharme al instrumento en una historia de amor que llega hasta hoy”. Esa canción era el ’Happy Birthday’.

Comenzó sus estudios de piano clásico en el Conservatorio de Barcelona al mismo tiempo que se inició de forma autodidacta en el jazz, algo que en aquella Barcelona mosaico de distintas culturas le llevo a disfrutar de la dulzura de vivir junto a esa potente herramienta que es el jazz.

Seguro que la importancia de la música (Zeleste, Sisa, Pau Riba, Jimi Hendrix, Genesis o Yes) le harían expresar en más de una ocasión que “no escuchábamos música, vivíamos en la música”. Además, perteneciendo a esa generación en la que confluyeron la alta cultura y la popular, eran capaces de escuchar a Bach y a los Rolling.

Posteriormente, con la llegada de la década de los ochenta, todo dio un giro copernicano y donde antes había una búsqueda de la verdad se impuso el imperio de lo falso, donde había un pensamiento denso se impuso el débil y donde había una felicidad del cuerpo se impuso el gimnasio.

Para ese momento, Ignasi Terraza está sobradamente formado en la disciplina del piano clásico y rezuma jazz por los cuatro costados. Aquella casete que le grabó el afinador del piano familiar, Oscar Peterson y Ahmad Jamal en cada una de sus caras, le ayudarían a buscar un referente sobre el que crecer.

Combina el tiempo entre la informática (se licencia en Informática, siendo la primera persona ciega en España en obtener esta titulación) y el jazz hasta que, en el comienzo de la década de los noventa, decide dedicarse plenamente a la música.

Y aquella sonrisa de Ignasi seguía creciendo e iluminando a todos aquellos que se cruzaban en su camino.

Y fue aquel afinador que le introdujo en Peterson o Jamal, el mismo que le habló de la figura de Tete Montoliú, de aquel pianista ciego que era un enorme músico que tocaba jazz. Y fue “a partir de entonces como empecé a preguntar, a buscar, a interesarme y a escuchar más esta música. Ese punto de libertad y de improvisación me sedujo desde el principio y con el tiempo ha hecho que haya hecho de esta música mi lenguaje”.

Un Ignasi Terraza maduro es el que volvía por tercera vez a Badajoz (él me insiste que es por cuarta; así será, le digo). Lo hacía para ofrecer un nuevo concierto en el ciclo de jazz que Fundación CB organiza bajo el título “Jazz en Montesinos”.

Y créanme, se lo aseguro, que el concierto fue digno de enmarcar. A piano solo, con esa forma única de improvisar que tienen y desarrollan los grandes músicos, nos construyó una autentica obra maestra a base de temas de Louis Armstrong, Fats Waller, Thelonious Monk, George Gershwin, Juan Tizol o de su propia composición.

Escucharlo y verlo tocar ese repertorio propio y ajeno de composiciones que forjaron su particular huella musical es toda una experiencia, sobre todo, en una noche repleta de nostalgia en la que tuvimos la oportunidad de sumergirnos en la magia del jazz y honrar a uno de los grandes músicos que este país ha dado al mundo.

Sin olvidar, es preciso no olvidarlo tampoco, que sentarse junto a él y conversar sobre lo que la sociedad en general ha cambiado respecto a cómo se ve a la persona ciega y cómo esto se refleja en la música y en el arte en general. Sobre ello asegura que “queremos que se nos escuche y juzgue como músicos y que la gente venga y se olvide si esa persona es ciega o no, que escuche música y músicos tocando y disfrutando”.

Y así, conversando o escuchándolo al piano, uno observa y se convence que esa sonrisa que Ignasi Terraza luce sin ambages es realmente sincera y digna de lucir y difundir a los cuatro vientos.

¡Gracias Ignasi!