sábado, 26 de mayo de 2012

¡Como sopla el amigo Donaldson!

¡Como sopla el amigo Donaldson! Está como si tuviera unos pocos años, como si estuviera comenzando en esto de la música y del jazz. Y la realidad es que pasa, sobradamente, los ochenta años. 

Hace ya unos días del concierto, en Sevilla el pasado 18 de mayo, y todavía me tiemblan las piernas, resuena su música en mis oídos y me duelen las manos de aplaudir al cuarteto. Magnifico cuarteto, con un Donaldson imaginativo, juguetón y sabedor de todos los resortes de la escena. El cuarteto estaba formado por Akiko Tsuruga al órgano (sin comentarios su nivel), por Randy Johnston, maravillosos guitarrista y por un sobresaliente e imaginativo batería, Fukushi Tainaka. Un cuarteto soberbio. 

La sala estaba repleta, en la puerta colgaba “localidades agotadas”. Delito tendría que con un pedazo de músico de esta categoría hubiera habido entradas; aunque más de uno, de los que se quedó en la calle, lo hubiera agradecido. 

En los minutos previos al concierto, y a pesar del bullicio de la sala, se oían los fraseos de calentamiento de Donaldson: presagio, buen presagio, de lo que después ocurriría. 

Y ocurrió lo que tenia que ocurrir: que nos impresionó, nos inundó, nos embelesó, nos apasionó, nos…………O debería decir: me impresionó, me inundó, me embelesó, me apasionó, me…………. No, seguro que no, lo he dicho perfectamente: NOS. Puedo asegurar que las personas que estábamos en la sala, la mayoría entradas en canas (con algunos jóvenes que no dejaban de mirar y teclear su móvil), nos lo pasamos realmente bien. El amigo Donaldson nos regalo un concierto de hora y media, un concierto de un músico viejo, experto, curtido en mil batallas y amante, muy amante, de lo que hace. 

¡Larga vida a Lou Donaldson!

Sobre la fotografía

Llevo dos días embobado con asuntos fotográficos. Y no me estoy refiriendo solo al visionado de la imagen fotográfica, me refiero a terrenos sobre filosofía de la fotografía. Un terreno, en principio, pantanoso y confuso; al menos para mí. Y digo que en principio, porque una vez que te adentras en el tema, de la mano en esta ocasión de Pedro Casero, la cosa empieza a aclararse. 

Cuenta Pedro Casero, profesor universitario y fotógrafo, que la arquitectura y la célula (constructora una de edificios y la otra de seres humanos) tienen o siguen el mismo canon de belleza. Canon de belleza que sigue el número áureo, un número irracional que posee muchas propiedades interesantes y que fue descubierto en la antigüedad, no como unidad sino como relación o proporción entre segmentos de rectas. Esta proporción se encuentra tanto en algunas figuras geométricas como en la naturaleza. Puede hallarse en elementos geométricos, en las hojas de algunos árboles, en el grosor de las ramas, en el caparazón de un caracol o en los girasoles. 

Pues así, entre números y segmentos, nos iría desgranando e interpretando como diferentes artistas (arquitectos, fotógrafos y otros) han marcado y marcan el camino de la belleza. Un tipo realmente interesante este Pedro Casero. Me fascinó como, ante un tema tan complejo y denso, era capaz de embobar y atrapar durante algo más de una hora a un auditorio lleno de jóvenes. En ese auditorio estaba, entre otros, otro tipo no tan joven, y por supuesto embobado, como el que esto escribe. 

Al día siguiente me tocaba degustar lo realizado por un fotógrafo distinto. Un fotógrafo que tiene un lenguaje distinto al resto; con el que se podrá estar más o menos de acuerdo en lo que fotografía y como lo fotografía, pero desde luego un fotógrafo que no repite o copia lo que otros hacen. Me refiero a Jam Montoya. 

Otro tipo peculiar, una persona que proyecta una gran paz y armonía interior. Me decía, en una conversación posterior a la visita de su obra, que existen dos tipos de fotógrafos: los que fotografían lo que hay en el exterior de su mente y los que fotografían lo que hay en el interior de la misma. Él se encuentra clasificado en el segundo grupo. Sus obras nos muestran imágenes y situaciones no vistas en ningún lugar, en ningún lugar mundano; sí, lógicamente, en su cabeza. Es una fotografía difícil, pero con una fuerza y belleza propias de un artista que se desnuda y vacía en cada una de sus imágenes. 

La exposición puede verse en una maravillosa sala de Badajoz llamada The Red Brick Gallery; un prodigio de rehabilitación arquitectónica. 

Para rematar la jornada, en las Casas Mudéjares de Badajoz, la obra fotográfica de Ángel Javier Hernández Santiago.