De repente, me quité 35 años. Aunque pueda parecer un tópico, fue así.
En el escenario un Pablo Guerrero avejentado, pero muy seguro de su palabra y de su música. A su alrededor, tres músicos magníficos; uno, Luis Mendo, infinito. Un músico que no toca su instrumento: lo acaricia.
Y Pablo a lo de siempre, a contarnos, y cantarnos, esos maravillosos poemas de su pluma o de la de otros grandes poetas. Un Pablo Guerrero que a medida que su voz ha ido decreciendo, lo ha compensado con la música con la que arropa lo que cuenta y canta.
Un concierto para guardar en un lugar privilegiado de la memoria.
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