lunes, 6 de junio de 2016

Noventa años

Hoy hubiera cumplido mi padre noventa años. ¡Qué lástima el tiempo perdido sin su presencia!

Los padres son especiales; pero éste, sin ningún género de dudas, lo era. Es más, trabajaba día a día por serlo. Lo era con su familia, sus amigos o con cualquiera que se le cruzara en el camino.

Recuerdo que el día que falleció, hace ya más diecisiete años, las muestras de condolencia fueron una autentica sinfonía de gente que le quería y apreciaba.

Era un tipo singular, es decir: único, extraordinario, solo y sin otro de su especie.

¡Qué bien me habría venido continuar teniendo su mano y apoyo en mi vida!

Pero la vida o la muerte es ingobernable; existen leyes de la naturaleza que la rigen por mucho que nosotros nos opongamos. Y a él, como a todos nos ocurrirá, le llegó su hora y con ella sufrimos, los que le queríamos, ese zarpazo del que nunca te recuperas.

Nunca lo olvidaré; me parezco demasiado a él. A veces, después de los años que han pasado desde su marcha, reflexiono sobre lo que le hubiera parecido esta u otra forma en la que actúo.

Su carácter era un volcán en erupción; un volcán que vomitaba una lava que no quemaba; muy al contrario, era una lava que te daba calor y fuerzas para continuar tu día a día. Era una mano, sin descanso, que siempre tenía una buena palabra o acción que regalarte.

Recuerdo el día en que se marchó y el hombro que aguantó toda la descarga de mi rabia y tristeza del momento. Era el de mi tío, el único hermano que aún, afortunadamente, le sobrevive.

Tenía mil y un proyectos, todos a compartir con familia y amigos. Lo de sus nietos era una auténtica locura; era, en el amplio sentido de la palabra, el abuelo ideal: aquel que todo te lo consiente pero que te enseña con cada gesto.

Era original hasta en la fecha de su nacimiento; por aquello del seis del seis del veintiséis. Él se reía con esa sonoridad de la onomástica.

Él se reía con todo y con todos; era un tipo singular.

Y hoy, seis del seis del dieciséis, me he levantado con ganas de escribirle, que no de hablarle (porque eso lo hago a diario).

Estoy convencido, plenamente convencido, que sin tener acceso a Internet leerá estas líneas que hoy le ha escrito un admirador de su existencia.

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