2017: Cataluña exporta polémica, resentimiento y malestar colectivo.
1976: Cataluña exporta conciencia crítica, emprendimiento y una colorista y singular cultura.
Como ejemplo de cultura colorista y singular, un ejemplo de gran impacto, brillaba con nombre muy propio Iceberg. Un cuarteto, antes quinteto, que recogía lo mejor de cada casa para exponernos un sonido único y sin parangón. Su sonido era de Iceberg y de nadie más: Max Suñé, Josep Mas “Kitflus”, Jordi Colomer y Primi Sancho, supieron crear un sonido y un estilo que inundó la España de los setenta; una España complicada y con ganas de pasar página de la larga noche del franquismo.
1976 traía a nuestros oídos “Coses Nostres” (antes apareció “Tutankhamon”; después “Sentiments”, “Arc-en-ciel” y “En directo”), un disco que era preludio del sonido Iceberg.
La guitarra eléctrica de Suñé y los teclados de Kitflus dialogaban sobre una música que recogía todo el color del Mediterráneo e integraba el rock que imperaba por aquellos días.
De esa manera, escuchando a Iceberg y a otras delicias que daba por aquella época Cataluña, uno miraba con expectación y cariño aquella tierra junto a Europa; una tierra que destilaba cultura e integración, emprendimiento y expansión, respeto y fusión de culturas, cosmopolitismo y tradición o acogida y cobijo.
Hoy, sentado frente a mi reproductor musical, solamente me vienen malos ecos de Cataluña; unos ecos que tratan de ser callados con la música de Iceberg.
¡Escuchen Iceberg y quieran a Cataluña!
1976: Cataluña exporta conciencia crítica, emprendimiento y una colorista y singular cultura.
Como ejemplo de cultura colorista y singular, un ejemplo de gran impacto, brillaba con nombre muy propio Iceberg. Un cuarteto, antes quinteto, que recogía lo mejor de cada casa para exponernos un sonido único y sin parangón. Su sonido era de Iceberg y de nadie más: Max Suñé, Josep Mas “Kitflus”, Jordi Colomer y Primi Sancho, supieron crear un sonido y un estilo que inundó la España de los setenta; una España complicada y con ganas de pasar página de la larga noche del franquismo.
1976 traía a nuestros oídos “Coses Nostres” (antes apareció “Tutankhamon”; después “Sentiments”, “Arc-en-ciel” y “En directo”), un disco que era preludio del sonido Iceberg.
La guitarra eléctrica de Suñé y los teclados de Kitflus dialogaban sobre una música que recogía todo el color del Mediterráneo e integraba el rock que imperaba por aquellos días.
De esa manera, escuchando a Iceberg y a otras delicias que daba por aquella época Cataluña, uno miraba con expectación y cariño aquella tierra junto a Europa; una tierra que destilaba cultura e integración, emprendimiento y expansión, respeto y fusión de culturas, cosmopolitismo y tradición o acogida y cobijo.
Hoy, sentado frente a mi reproductor musical, solamente me vienen malos ecos de Cataluña; unos ecos que tratan de ser callados con la música de Iceberg.
¡Escuchen Iceberg y quieran a Cataluña!
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