lunes, 14 de diciembre de 2020

60 años


Recuerdo con perfecta nitidez el salón, al menos así llamábamos nosotros a esa habitación, que tenía la casa de mis padres. Un salón donde existía un mueble de imponente presencia en el que se colocaban distintos recuerdos ornamentales y la biblioteca de la casa. Una biblioteca donde podían encontrarse diccionarios y enciclopedias, además de distintas colecciones de literatura española o universal.

¡Qué recuerdos me trae la Colección Biblioteca Básica Salvat!; una colección singular por su lanzamiento y su tirada, que constituyó una aportación decisiva para difundir la cultura y la lectura en aquella España todavía preñada de dictadura. 

Y hablaba de ese característico mueble familiar, porque en él existía un cajón donde mi padre iba depositando todos aquellos papeles, documentos u objetos que requerían de un análisis detenido para su archivo o decisión posterior. 

Era un cajón que, con el paso de los meses y por la inacción sobre el mismo, requería de una limpieza para dejar los asuntos realmente interesantes y que necesitaban verdaderamente ese detenido análisis. 

El cajón, como cualquiera puede imaginar, era un permanente dolor de cabeza para mis padres. Mi madre, con relativa frecuencia, instaba a mi padre a que con diligencia realizara la limpia y criba en el cajón de referencia. Y mi padre, con la autoridad que le confería ser el cabeza de familia, reclamaba la necesidad de tiempo para realizar las requeridas acciones; cosa que según él tendría a su jubilación. 

Y así pasaban los días y el cajón, periódicamente, necesitaba de esa limpieza provisional hasta el momento de la jubilación de mi padre. 

Con sinceridad, no recuerdo el momento en que mi padre realizó la limpieza final del cajón; es más, creo que nunca la realizó, ya que a su fallecimiento fue a mí a quien se asignó la limpieza del mismo. 

Viene esta pequeña historia a colación y con ocasión del cumplimiento de mi sesenta cumpleaños. ¡Sesenta años ya! 

Y viene a colación porque me encuentro con una memoria, la mía, que bien podría ser el cajón de mi padre. Una memoria, como el cajón de mi padre, que va necesitando descargar en forma de recuerdos trasladados al papel. ¡La escritura, una acción que me apasiona! 

Hoy, catorce de diciembre de 2020, me siento a valorar el tiempo vivido y quizás no aprovechado en toda su extensión. O, quizás, vivido y aprovechado. 

De todo ello, de lo vivido y aprovechado y de lo vivido y no aprovechado, existe un registro nítido en mi memoria. Una nitidez que no debería permitir que se deteriorara. Unos recuerdos que no debería dejar que se perdiesen para que sean aprovechados y disfrutados por mis hijos u otras personas que pudieran estar interesados. 

La memoria, como el cajón, ha tenido actuaciones provisionales que han sido registrados en pequeñas notas en negro sobre blanco que necesitan de un trabajo definitivo. 

Ahora, desde esta atalaya de la edad, me propongo no dejar mi memoria, como el cajón de mi padre, al albur de quien me sobreviva.

2 comentarios:

  1. Excelente edad y mejor década. Que sigas disfrutando de esos recuerdos.Saludos.

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  2. Muchas gracias. Seguiré el consejo y la senda de tu experiencia. Un abrazo.

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