Buscábamos un lugar apartado de la vista de nuestros mayores. Y aquel banco parecía el lugar adecuado.
Unos metros más allá existía un lugar dedicado, decían, a la perdición: “la boca del Lobo”. ¡Quizás excesivo para nuestras aspiraciones!
Unas aspiraciones que pasaban, y se quedaban, en fugaces besos furtivos y conversaciones llenas de emoción y esperanza.
Y allí, al resguardo de paseantes y mirones, veíamos pasar una parte de nuestra juventud, casi infancia, que amasaba pensamientos subidos de tono y grandes deseos de libertad.
Unas aspiraciones que pasaban, y se quedaban, en fugaces besos furtivos y conversaciones llenas de emoción y esperanza.
Y allí, al resguardo de paseantes y mirones, veíamos pasar una parte de nuestra juventud, casi infancia, que amasaba pensamientos subidos de tono y grandes deseos de libertad.
Más allá “la boca del Lobo”, obra de la imaginación incansable de Antonio Juez Nieto, se reservaba para hazañas mayores de nuestros mayores.
Y así, entre besos y deseos de libertad, nos fuimos haciendo mayores y olvidamos aquel banco que tanto nos entretuvo y tanto nos ayudó a crecer.
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