Javier Alcántara y Pablo Romero se están convirtiendo en una sólida pareja en el mundo de la música. Su afición por el jazz les ha llevado a compartir escenarios, grabaciones o la organización de un modélico festival de jazz.
Y como es sabido que la estabilidad es fruto de crecimiento en lo personal, nuestros protagonistas están creciendo en este complicado y prolijo mundo de la música y del jazz.
Estoy convenido que Javier Alcántara encuentra en la música la razón para vivir, para crecer cada día y así podernos regalar composiciones tan hermosas y bien elaboradas como Compassion, Nina Candela o Nuevo día.
También estoy convencido que Pablo Romero es uno de los pianistas más importantes y singulares de Extremadura y que su pianismo es elegante y exquisito.
Y así, con estos mimbres, uno se aposta frente a ellos en algún local de la ciudad de Badajoz (por ejemplo, en el Musumi Convento) y pasa un rato formidable en compañía de un repertorio extraído de los discos de Javier o del largo catálogo de estándares del jazz.
Con referencia a la actuación en el Masumi Convento, en honor a la verdad, no debo olvidar la tercera pata de un banco sólido y bien armado; me refiero al dueño del ritmo y de las baquetas, Pepín Muñoz. Pepín es un músico que toca, casi literalmente, todos los palos; también un músico que, en su humildad, muchas veces se contenta con acompañar sutilmente, dejando el primer plano a Javier Alcántara, Pablo Romero o al invitado de la noche, Joaquín de la Montaña (un todo terreno siempre dispuesto a lucir su buen fraseo con cualquiera de sus compañeros de escenario y que nos concede al público el placer de volver a escuchar la pasión y empeño que pone en toda su música).
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