En distintas ocasiones y lugares escuché decir que cualquier rincón o esquina de Nueva York rezumaba jazz, que por los poros y grietas de sus paredes se filtraba algo que es la sangre y la esencia de la ciudad. Apuntalaría esa afirmación con algo más contundente: “Para Nueva York el jazz es su vida y, para ella, el jazz es su música”.
Me preguntó un amigo sobre lo que me había impresionado más de la ciudad de Nueva York; a lo que contesté que la calle. Una calle donde se percibe el pulso vital de una ciudad inquieta e inquietante, vivida y por vivir, dulce y amarga, frágil y resistente. Y en esa calle también estaba el jazz.
El saxofón es (¿sería?) el instrumento callejero por excelencia; cualquier lugar es el idóneo para escuchar notas que salen de ese prodigioso instrumento. Instrumento en manos y labios de personas de toda índole (carácter o condición natural propia de cada persona, que la distingue de los demás).
Recuerdo al joven saxofonista que desgranaba su música frente al Metropolitan Museum of Art y que con fuertes aspavientos me indico que no le fotografiase.
Pero esa no es la tónica de la calle, o al menos no lo que me tocó vivir a mí esos días que relato: la calle y sus músicos fueron amables y generosos con mi presencia; una presencia respetuosa y admirativa.
Como ejemplo más significativo, la banda que me encontré en el Central Park. Con ellos tuve la oportunidad de charlar, fotografiarme y adquirir algunos de sus discos. Algunos de sus nombres: Ryo Sasaki, Nathan Brown o Chris Bacas.
Como ejemplo más significativo, la banda que me encontré en el Central Park. Con ellos tuve la oportunidad de charlar, fotografiarme y adquirir algunos de sus discos. Algunos de sus nombres: Ryo Sasaki, Nathan Brown o Chris Bacas.
La constante era esta: música en cualquier calle, esquina o parque; donde los músicos ofrecían su espectáculo con generosidad hacía quienes querían escucharles.
Recuerdo a la pianista de Battery Park que me pidió que le grabase uno de los temas que nos regalaba. A lo cual, como no podía ser de otra forma, accedí.
Jazz y más jazz. Música y músicos. Calles y locales. Esa es la tónica de una ciudad que respira, entre otras cosas, jazz.
Es mi primera visita a la ciudad a la que todos quieren ir; a la ciudad del cine y de las hermosas y míticas fotografías. A la ciudad a la que han retratado, filmado o dedicado hermosas o sufridas novelas. Una visita que me permitió empaparme un poco, pero solo un poco, de lo que puede ofrecerle al visitante. Una ciudad, en muchos lugares, agobiante; pero un agobio que en su propio jugo es parte del espectáculo.
Todo es excesivo: sus edificios, sus calles, sus parques, la multitud, el color, el calor y la humedad (al menos en los días que la visité), el consumo, el tráfico,… También es excesiva la música que acompaña a la ciudad, y dentro de ella, el jazz. ¡Bendito jazz!
Lógicamente peregriné hacía algunos de sus locales: a los que puede. ¡Pocos, me hubiera gustado ir a más!
El Smoke Jazz es el lugar ideal para cenar con jazz, un lugar para disfrutar de una buena cena y además de jazz de calidad. La formación que tuve el placer de escuchar fue al Mike Ledonne Groover Quartet: Mike LeDonne, Vincent Herring, Bob Devos y Lawrence Leathers. Sonido bien facturado y acabado. Mike LeDonne es todo en la formación, su base conductora y cohesionadora rezuma swing: está en plena forma.
Paseando por el Upper East Side, en busca del Jazz Standard, me encontré con el auditorio del Hotel Kitano, que alberga un bar japonés, considerado uno de los lugares más íntimos para escuchar jazz en Nueva York.
El Jazz Standard es un gran local de jazz de Nueva York, tiene la atmósfera exacta de lo que pienso es un club de jazz. Deguste con deleite del Azar Lawrence Quintet: Azar Lawrence, Steve Turre, Benito González, Essiet Okon Essiet y Billy Hart. Lawrence es un fijo del Jazz Standard, donde ha realizado actuaciones increíblemente intensas con el tenor y soprano (un viejo guardián de la llama de John Coltrane). Un potentísimo quinteto: mil aplausos para Turre, González, Essiet y para la leyenda Hart.
En el barrio de Harlem, después de una intensa ceremonia religiosa, me topé y disfruté del trío de la cantante Lady Leah en el Chéri Harlem, un lugar de ambiente parisino muy íntimo.
Estas son algunas notas y comentarios atropellados de unas jornadas en la soñada, admirada y sufrida ciudad de Nueva York. Un lugar al que tendré sin remedio que volver, un lugar donde el jazz tiene un lugar reservado en primera fila.
No hay comentarios:
Publicar un comentario