Con cierta frecuencia me preguntan que de dónde procede o sobre el porqué de esa afición desenfrenada o desmedida que tengo por el jazz. Por esa forma de transmitir la tremenda pasión por la música en general y por el jazz en particular.
Y es cierto, a veces también me he cuestionado tal asunto.
Es posible que mi infancia, en lo musical, haya sido muy distinta a la de las personas que me rodearon, junto a las que crecí. Para mí, la música siempre fue un elemento importante para tener en cuenta, tenía algo especial que me hacía respetarla, no era solo un elemento de entretenimiento, me ayudaba a comprender la vida y creaba estados de ánimo que influían positivamente en mi comportamiento. La música tiene una dimensión única dentro de las artes, y es que habla directamente al corazón. Se expresa con el poder de un lenguaje universal.
Mis antecedentes familiares, en lo musical, no tienen ningún referente significativo ligado a la música. Mi padre, con su participación en algún orfeón o coral, o y mi hermano, con sus múltiples actividades musicales (cantaba a Serrat, participaba en la tuna universitaria o dirigía algún coro colegial) eran mis únicos puntos de referencia. Es más, si soy franco y trato de ver mí posterior evolución en cuanto a gustos musicales, debo de decir que será mi hermano la base de mi afición por esta manifestación del intelecto humano.
Pero, en mi soledad y locura, me gusta fantasear con otras opciones más novelescas; más en la línea del interés de alguien que se acerca a un texto escrito.
Nací en diciembre de 1960. Un año en que, entre otros y por motivos raciales, Miles Davis estaba por Europa.
Paris, Estocolmo, Oslo, Gotemburgo, Copenhague, Hanover, Oldemburgo, Berlín, Düsseldorf, Hamburgo, Frankfurt am Main, Milán, Kaiserslautern, Colonia, Múnich, Karlsruhe, Viena, Nuremberg, Zúrich, Scheveningen, Ámsterdam o Stuttgart verían pasar y actuar, en los meses de marzo y abril, al quinteto estelar de Miles.
Un quinteto formado por: Miles Davis (trompeta), John Coltrane (saxo tenor), Wynton Kelly (piano), Paul Chambers (contrabajo) y Jimmy Cobb (batería).
Un quinteto que propició en el viejo continente una autentica y desconocida explosión musical y una reacción nunca conocida en la audiencia. Un quinteto que sería la última vez que permitió que los dos colosos del jazz, Davis y Coltrane, tocaran juntos en vivo. Apenas regresaron de la gira, Coltrane dejó la banda.
Y es cierto, a veces también me he cuestionado tal asunto.
Es posible que mi infancia, en lo musical, haya sido muy distinta a la de las personas que me rodearon, junto a las que crecí. Para mí, la música siempre fue un elemento importante para tener en cuenta, tenía algo especial que me hacía respetarla, no era solo un elemento de entretenimiento, me ayudaba a comprender la vida y creaba estados de ánimo que influían positivamente en mi comportamiento. La música tiene una dimensión única dentro de las artes, y es que habla directamente al corazón. Se expresa con el poder de un lenguaje universal.
Mis antecedentes familiares, en lo musical, no tienen ningún referente significativo ligado a la música. Mi padre, con su participación en algún orfeón o coral, o y mi hermano, con sus múltiples actividades musicales (cantaba a Serrat, participaba en la tuna universitaria o dirigía algún coro colegial) eran mis únicos puntos de referencia. Es más, si soy franco y trato de ver mí posterior evolución en cuanto a gustos musicales, debo de decir que será mi hermano la base de mi afición por esta manifestación del intelecto humano.
Pero, en mi soledad y locura, me gusta fantasear con otras opciones más novelescas; más en la línea del interés de alguien que se acerca a un texto escrito.
Nací en diciembre de 1960. Un año en que, entre otros y por motivos raciales, Miles Davis estaba por Europa.
Paris, Estocolmo, Oslo, Gotemburgo, Copenhague, Hanover, Oldemburgo, Berlín, Düsseldorf, Hamburgo, Frankfurt am Main, Milán, Kaiserslautern, Colonia, Múnich, Karlsruhe, Viena, Nuremberg, Zúrich, Scheveningen, Ámsterdam o Stuttgart verían pasar y actuar, en los meses de marzo y abril, al quinteto estelar de Miles.
Un quinteto formado por: Miles Davis (trompeta), John Coltrane (saxo tenor), Wynton Kelly (piano), Paul Chambers (contrabajo) y Jimmy Cobb (batería).
Un quinteto que propició en el viejo continente una autentica y desconocida explosión musical y una reacción nunca conocida en la audiencia. Un quinteto que sería la última vez que permitió que los dos colosos del jazz, Davis y Coltrane, tocaran juntos en vivo. Apenas regresaron de la gira, Coltrane dejó la banda.
Pero ya he manifestado que me gusta fantasear, jugar con la palabra y con la imaginación.
El quinteto no anduvo por nuestra tierra (una España dedicada en aquellos momentos a velar por su autarquía) y, eso seguro, mis padres no anduvieron por esas ciudades citadas más arriba.
Flaco favor a la historia que pretendo construir.
Pero siempre escuche a mi abuela paterna decir que, por aquellos días, de manera clandestina y en muy contadas ocasiones, escuchaban en casa Radio España Independiente, denominada también como La Pirenaica.
Debemos recordar que esta emisora a partir de 1960 fue dotada de mejores medios técnicos para ampliar su cobertura y neutralizar las interferencias causadas por las autoridades franquistas. Es en esa época cuando se comienzan a utilizar técnicas como la grabación en cinta de los programas y su emisión a ciertas horas y en ciertas frecuencias que podían ir variando, y así evitar a los emisores que, desde el interior de España, interferían con ruido en sus frecuencias fijas.
Y es aquí el punto de unión entre mis padres y el quinteto de Miles.
Aquella mañana del 20 de marzo de 1960 mis padres se habían levantado como de costumbre para realizar sus quehaceres cotidianos. No sabría explicar por qué estaban residiendo en casa de mis abuelos paternos en esos días. El caso es que allí estaban y que, en algún momento de aquella mañana, pudieron escuchar por La Pirenaica el anuncio de un concierto que esa noche se iba a emitir en directo desde el Olympia de Paris.
“Remedios, ¿escuchaste lo de ese concierto?”, le dijo mi padre a mi madre. “Emilio, tú siempre con tus excentricidades” “Además, Emilio, es una emisora prohibida”, contesto mi madre.
Pero mi padre era un hombre de ideas fijas y llegada la hora sintonizó la emisora.
A partir de ese momento surgió la magia, una práctica a partir de las notas de Walkin', Bye Bye Blackbird, Round About Midnight, Oleo o The Theme que produjo un resultado sobrenatural (mejor expresado: natural).
Lo que escuchaban mis padres a través de aquella radio a válvulas ya no se ha vuelto a dar sobre un escenario. Los que estaban en el escenario eran los inventores del jazz, y sabían muy bien lo que había que hacer y cómo hacerlo.
Estaban ante una de las páginas más brillantes de la historia del jazz, en vivo y en directo, y en su forma más descarnada y cruda de interpretarla. Posiblemente todo surgió de una cuestión de egos y de genio, entre Miles Davis y John Coltrane, dos gigantes aún no superados. El mismo Miles confesó en sus memorias que tocar con aquel grupo le producía escalofríos cada noche.
Recuerdo que esto sucedía un 20 de marzo de 1960; yo nacía un 14 de diciembre de 1960.
¡Imaginen todo lo demás!
El quinteto no anduvo por nuestra tierra (una España dedicada en aquellos momentos a velar por su autarquía) y, eso seguro, mis padres no anduvieron por esas ciudades citadas más arriba.
Flaco favor a la historia que pretendo construir.
Pero siempre escuche a mi abuela paterna decir que, por aquellos días, de manera clandestina y en muy contadas ocasiones, escuchaban en casa Radio España Independiente, denominada también como La Pirenaica.
Debemos recordar que esta emisora a partir de 1960 fue dotada de mejores medios técnicos para ampliar su cobertura y neutralizar las interferencias causadas por las autoridades franquistas. Es en esa época cuando se comienzan a utilizar técnicas como la grabación en cinta de los programas y su emisión a ciertas horas y en ciertas frecuencias que podían ir variando, y así evitar a los emisores que, desde el interior de España, interferían con ruido en sus frecuencias fijas.
Y es aquí el punto de unión entre mis padres y el quinteto de Miles.
Aquella mañana del 20 de marzo de 1960 mis padres se habían levantado como de costumbre para realizar sus quehaceres cotidianos. No sabría explicar por qué estaban residiendo en casa de mis abuelos paternos en esos días. El caso es que allí estaban y que, en algún momento de aquella mañana, pudieron escuchar por La Pirenaica el anuncio de un concierto que esa noche se iba a emitir en directo desde el Olympia de Paris.
“Remedios, ¿escuchaste lo de ese concierto?”, le dijo mi padre a mi madre. “Emilio, tú siempre con tus excentricidades” “Además, Emilio, es una emisora prohibida”, contesto mi madre.
Pero mi padre era un hombre de ideas fijas y llegada la hora sintonizó la emisora.
A partir de ese momento surgió la magia, una práctica a partir de las notas de Walkin', Bye Bye Blackbird, Round About Midnight, Oleo o The Theme que produjo un resultado sobrenatural (mejor expresado: natural).
Lo que escuchaban mis padres a través de aquella radio a válvulas ya no se ha vuelto a dar sobre un escenario. Los que estaban en el escenario eran los inventores del jazz, y sabían muy bien lo que había que hacer y cómo hacerlo.
Estaban ante una de las páginas más brillantes de la historia del jazz, en vivo y en directo, y en su forma más descarnada y cruda de interpretarla. Posiblemente todo surgió de una cuestión de egos y de genio, entre Miles Davis y John Coltrane, dos gigantes aún no superados. El mismo Miles confesó en sus memorias que tocar con aquel grupo le producía escalofríos cada noche.
Recuerdo que esto sucedía un 20 de marzo de 1960; yo nacía un 14 de diciembre de 1960.
¡Imaginen todo lo demás!
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