Fotografía de
EJH - Septiembre de 2007, navegando hacia Tánger
Algún día volveremos a viajar; o eso es ahora mismo mi deseo.
¡Cuánto echo de menos viajar! Un viajar razonable, no abrasivo y sí respetuoso con el lugareño y con el entorno.
Un viajar que te confunda con el lugar por el que caminas; caminando de una forma pacifica y con la idea siempre de aprender; de conocer otras formas de vida, de pensar o de organizarse.
Estoy revisando fotografías de mis viajes; viajes de todo tipo: placer, trabajo o por cualquier otro motivo o excusa.
Estoy revisando fotografías de Palma de Mallorca, París, Moscú, San Petersburgo, Roma, Florencia, Venecia, el Mediterráneo, Egipto, Camboya, Singapur, Nueva York, Chicago, México, ….
Estoy, de alguna forma, revisando mi vida. Una vida pegada al camino. Un camino que se inició en mi infancia, cuando mis padres diseñaron y nos aventuraron por caminos próximos a nuestra casa: Sierra de Gredos, Toledo, Ávila, La Granja, ….
Aquellos fueron viajes, al menos para mí, iniciáticos. Unos viajes travesía plagados de aventuras no casuales que me permitieron una maduración personal y la formación de una conciencia crítica.
Viajar nos enseña a vivir. Vivir con mayúsculas; es decir, a estar en el momento, despierto, vivo y ser capaz de disfrutar de las cosas ahora, no preocupándose por el pasado ni por posponer la felicidad a un futuro lejano.
Como decía Robert Louis Stevenson: “No hay tierras extrañas. Quien viaja es el único extraño”.
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