Mi archivo fotográfico está repleto de fotografías de paredes; de paredes que hablan, de paredes que gritan, de paredes que suplican….
En distintas ocasiones he fantaseado con preparar alguna publicación, muy casera, con todo lo que tengo atesorado después de viajes o, simplemente, de paseos cotidianos.
Las paredes, con un poquito de paciencia en el que mira, son un tesoro de la imaginación o de los sentimientos de las personas.
Esto de fotografiar paredes es una vieja afición; lo de preparar algo casero en forma de publicación vino, quizás, después de la lectura de la magnífica novela de Arturo Pérez Reverte titulada “El francotirador paciente”.
Una novela, leída hace ya muchos meses, que me fascinó por ser una historia ágil, seca, dura y callejera. Una novela que trataba con gran respeto y profundidad el mundo de los grafiteros.
Un mundo este de las paredes apasionante; un mundo que en ocasiones convierten los muros en un museo del arte activista.
Una manifestación que, como proyecto artístico y también social y político, compromete al conjunto de la ciudad. Un arte callejero que, en ocasiones, detiene el deterioro, revaloriza los espacios, ofrece otra personalidad y abre una nueva ventana colectiva.
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